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viernes, 30 de marzo de 2012

Sábado: VIA CRUCIS en el Valle de los Caídos (314)

Vía Crucis del Valle de los Caídos
(sábado 31 a las 14,00)

La comunidad benedictina de la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos
 invita a todos los fieles a la reapertura del recorrido. 


REDACCIÓN HO.- El presidente de Patrimonio Nacional nombrado por el nuevo Gobierno, José Rodríguez-Spiteri, lo había anunciado hace unos días: "Antes de Semana Santa se volverá a abrir el Vía Crucis del Valle de los Caídos". Y así va a ser.

La comunidad benedictina de la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos ha anunciado que el próximo sábado 31 de marzo a las 16:00 horas, se celebrará este tradicional rezo cuaresmal recorriendo las estaciones correspondientes que recuerdan los misterios de la Pasión y Muerte de Jesucristo.

El recorrido compuesto por 14 capillas correspondientes a las 14 estaciones, comienza en la carretera de acceso a la basílica, a la altura de los cuatro pilares de granito conocidos como "Los Juanelos". Se extiende casi cinco kilómetros de longitud y contiene 2.300 escalones, datos que se han querido destacar para que las personas que quieran acercarse lo tomen en consideración.

Esta convocatoria, que no debiera ser noticia por cuanto que es una práctica centenaria delas comunidades cristianas, se convierte en noticia después de que el Valle de los Caídos se convirtiera, durante los Gobiernos presididos por José Luis Rodríguez Zapatero, en una suerte de "objetivo a batir" por el progrelaicismo más radical y trasnochado.
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(CLAVIJO 13/5/2011)
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Fray Justo Pérez de Urbel
Abad de la Santa Cruz del Valle de los Caidos (1959)

Hace ahora justamente veinte años, al mismo tiempo que el último parte de guerra, aparecía el decreto por el cual se disponía la erección de un monumento que fuese a la vez escuela, monasterio y santuario, que recordase a los españoles la gesta realizada, evocase para siempre el dolor de la sangre derramada , recogiese y honrase los huesos y los nombres gloriosos, formase a las nuevas generaciones en la normas auténticas de justicia social y levantase dia y noche oraciones por la prosperidad de España y por los muertos en aquella contienda.

Era la realización de una idea surgida en el fervor acendrado de las trincheras que sin el menor afán de exaltación personal, sin mezquindad de espíritu partidista, todo lo contrario, bajo el impulso de un profundo espíritu religioso y de un concepto integral de la patria, llevaba a la práctica el hombre que tenía autoridad y arrestos para ello, el que llevaba ya en la mente del plan de la obra futura, un plan acariciado en las horas amargas de la lucha, cuando se veían cuán débiles eran las fuerzas humanas para conseguir la victoria, un plan de una sencillez casi elemental y de una grandiosidad épica.

El monumento sería una cruz colosal irguiéndose sobre la cumbre de una montaña; abajo una basílica, gigantesca también, excavada no en blanda toba de las catacumbas romanas, sino en la entraña dura de la granítica roca; y al lado el monasterio-escuela, refugio para las almas sedientas de meditación y silencio, y faro para los espíritus atormentados por el ansia de verdad.

Nada más se supo durante mucho tiempo. Poco a poco comenzaron a esparcirse rumores confusos sobre construcciones misteriosas en las cercanias de Madrid y de pronto se supo que la fábrica estaba a punto de terminarse y que una comunidad de monjes se había instalado en ella. Las obras siguen todavía, pero ya entre el zumbido de la maquinaria eléctrica y los ecos del martillo y los cantos monacales se levanta el rumor de las multitudes, de los peregrinos y la políglota algarabía de los turistas. Y turistas y peregrinos se llenan de asombro ante estas imponentes construcciones y se alejan con la convicción de que no hay cosa parecida en el mundo. “Es único”, era la exclamación que no se le caía de los albios al primado de la Orden benedictina “C’est inimaginable”, repetía un prelado francés. Un norteamericano ilustre resumía su impresión con estas palabras: “It is de subject wonderfull have never seen” resisitia a salir dela Curia romana se resistia a salir de la nasílica sin haber escuchado en el órgano el preludio de “Parsifal”. He visto a varias personas llorar delante del Cristo del altar mayor, y a un protestante caer de rodillas como abrumado por tanta grandeza.

Todo aquí impresiona y sobrecoge desde el momento en que se atraviesa la gran puerta de entrada. La admiración aumenta ante la gran escalinata de cien metros de anchura, flanqueada de torretas y terrazas, por la cual se sube a a inmensa explanada. Aquí nuevos motivos de asombro. Ante nosotros se yerge el risco de la Nava, pedestal fantástico de esa cruz monumental, milagro de sencillez, de reciedumbre y de sobriedad, que incorpora a su alto significado las rocas circundantes y el valle entero convínculos indestructibles de composición y armonía. Todo el mundo sabe que tiene 160 metros de altura y que pesa algo ás de 200.000 toneladas. Lo que ninguna cifra ni cálculo ni medida podrían dar a entender la gracia y belleza de su silueta destacándose en el fondo del azul o iluminada de noche, por la luna llena, sobre los riscos grises y dorados que durante siglos habñían estado aguardando su aparición.

Abajo, está la entrada de la basílica, adornada de pórticos, que se abren acogedores a las multitudes, y coronada por la Piedad, ya famosa, de Ávalos, expresión dulce y bella del dolor resignado, que prepara el ánimo para penetrar en el interior del templo subterráneo. Hay una gran puerta de bronce, con esculturas que nos recuerdan las de la entrada del baptisterio de Florencia; hay luego un vestículo de aspecto noble, sobrio y simple; hay más adelante, un atrio con decoración más rica y variada; hay una reja monumental de hierro, ilustrada con las figuras más brillantes de la hagiografía española, y monando guardia ante ella, dos arcángeles gigantescos de bronce, en actitic meditativa y vigilante con las alas levantadas y los brazos apoyados en la empuñadura de la espada. Hemos recorrido ya más de sesenta metros y entramos al fin en la gran nave: doscientos metros más. Estas bóvedas imponentes nos impresionan por su sobriedad y nobleza. La ornamentación sigue siendo recatada, aunque a uno y otro lado se abren elegantes capillas con pinturas y esculturas de la Virgen: La Inmaculada Loreto, el Carmen, las Mercedes, el Pilar y nuestra Señora de África; y aquí está también la colección famosa de los ocho tapices del Apocalipsis que Carlos V mandó dibujar a Van Orley.

En esta básilica vemos realizado el conocido aserto teológico:”al Jesum per Mariam”. Desde la nave, eminentemente mariana, subimos al crucero consagrado al triunfo del Hijo. Triunfa en el altar con el Cristo policromado del escultor Beovide, talla profundamente conmovedora, cuya expresión es clave en el alma; y triunfa en la gran cúpula, cuya decoración debida a Santiago Padrós, resalta con vivo contraste, frente a la severidad majestuosa de la piedra. No puede imaginarse escena más grandiosa ni más vivamente expresiva que la que se desarrolla en este mosaico con juego exquisito de colores; en el centro, la figura de Cristo sedente, rodeado de santos enviado al cielo por las iglesias de España, mártires, vírgenes, doctores, reyes papas, fundadores, prelados y campesinos. Por delante avanzan hacia el Señor, en dos grupos compactos, cotervas de héroes y mártires, guiados por la Santísima Virgen, envuelta en mandorla de ángeles. La sabia combinación del mosaico con el mosaico, los mármoles, los bronces hacen que este recinto dejen en cuantos a él llegan la más honda emoción, y si tiene la suerte de ver desfilar en torno a las gradas del altar el cortejo de los monjes con sus negras cogullas y de los escolanos con sus vestiduras blancas, llenando los ámbitos con las melodías más puras del canto gregoriano, sentirá como su espíritu, purificado y transportado a un mundo más sereno, siente el escalofrio de lo divino.

Tal es el gran monumento que el siglo XX ha puesto al lado del que el siglo XVI dejó en El escorial, una creación sorprendente, de la cual se ha podido decir que será proclamada una de las maravillas de la civilización europea. Pero el visitante no se llevará una visión completa si no da la vuelta al cerro de la Nava y contempla en el lado opuesto el espacioso patio de trescientos metros de longitud, flanqueado por dos grandes edificios, la abadía y la hospedería, y luego ascendiendo una escalinata exterior, llega hasta el pie de la cruz para admirar de cerca las colosakles esculturas de los evangelistas y las virtudes cardinales y deleitarse luego con la contemplación del paisaje incomparable en el cual se levantan todas estas maravillas. Porque hay que reconocer que la naturaleza es aquí el primer arquitecto. El monumento ha sido la revelación de uno de los más bellos rincones de la geografía española, a cincienta kilómetros de Madrid. Con su rica vegetación, con la majestad austera y fuerte de sus montes, con su frondosidad jugosa, con su laberinto de rocas y gargantas y el misterio de sus hondonadas, en este valle de Cuelganuros ybo de los parajes más espléndidos de la sierra de Guadarrama. La misma entrada recibe desde tiempo inmemorial el nombre de Buenavista. En el primer trecho del vestíbulo del valle. Más arriba, los Juanelos anuncian el comienzo de un recinto interior. Son los cilindros monolíticos de proporciones gigantescas que el maestro Sannelli Turriano mandó labrar en el siglo XVI para una de aquellas obras que le encargaban los primeros Austrias.

La pista zigzaguea a través de un estrecho corredor. Altas cimas: Abantos, que se interpone entre Cuelgamuros y El escorial; el Altar Mayor, la Nava y el risco central, solitario y firme, y al fondo las crestas de Navacerrada. Todo en este escenario es de una armonía perfecta; los montes que la ciñen, los recodos y laderas que se agazapan medrosamente entre as gargantas y la alta pirámide de la Nava, que parece como el basamento en espera dela obra gigante ideada por el genio.

Los poetas son los hombres que tienen la visión más clara de las cosas. Si no realizan – unas veces les faltan los medios; otras, el espíritu práctico-, por lo menos sueñan, y en sus sueños alcanzan realidades que superan a toda imaginación. Y en este caso hubo un poeta inspirado que llevado por el vuelo de la fantasía, anunció la obra que el hombre de los medios y el espíritu práctico iba a convertir en un hecho. Hace muchos años, cuando la sangre de los hermanos no había empapado estas pobres y queridas tierras de España, se habían escrito unos versos en que cantando la crestería fantástica de la sierra de Guadarrama, decía el poeta:

Yo allí, por arte maravillosa, levantaría sobre las piedras despedazadas del peñascal
bajo los cielos que son la imagen de lo infinito,
una grandiosa cruz de granito,
triunfal imagen de la Justicia, de la Clemencia, del Ideal.
¡Perenne faro
que lleva al puerto las tristes naves, si busca amparo 
la gran familia de Dios, humana! 

La Cruz que es signo de bien, de amores de sufrimientos, de tolerancia, de caridad.
Y ahí está la cruz, enviando desde la altura su mensaje de paz y reconciliación a todas las regiones de España, y delante, esa explanada inmensa, donde se darán cita los españoles en las grandes conmemoraciones patrias y debajo, esa basílica sin igual por su grandiosidad y belleza; esa cúpula, síntesis admirable de nuestra historia religiosa; ese Cristo del altar mayor, ante el cual el alma más fría se siente inclinada a orar y adorar; y a un lado, esa lonja con sus interminables arquerías, hechas para el deleite de los ojos y abrigo de las multitudes, y ese monasterio donde vive ya la comunidad benedictina llamada a llenar de vida y de espíritu todo el conjunto artístico, a desarrollar las majestuosas funciones de la liturgia sagrada con la solemnidad y el esmero propios de la Orden, en un escenario incomparable; a animar esas bóvedas espléndidas con los miestriosos ecos del canto milenario de la Iglesia; a ser la lengua, la voz y el alma de las piedras muertas; a formar la escolanía de los niños cantores, que han de realzar con sus voces las solemnidades del culto al recibir al peregrino y al turista, haciéndole sentir el calor de la hospitalidad monástica, abriendo a sus ánsias de saber y a sus anhelos de meditación los anaqueles de la selecta biblioteca, brindándole refugio contra los vaivenes de la vida y las inquietudes de la conciencia, descanso en el vértigo de la lucha, solaz en la amargura del desengaño y poniendo en lo alto de la sierra, cerca de la capital de España, un hogar de paz, un faro de espiritualidad y un foco de irradiación cultural.

Porque aquí funcionará una escuela de estudios sociales. es una de esas ideas favoritas del fundador. Al pie de la cruz, símbolo augusto de la fraternidad humana, se estudiarán las normas que pueden estrechar la unión entre los españoles, y desde allí se difundirán por todos los ámbitos de la Patria. Hombres especializados seguirán los progresos de la doctrina social en todas sus manifestaciones, analizarán todas las teorías, se har´çan eco de las últimas investigaciones y mantendrán al día una biblioteca en que puedan buscar orientación todos los españoles, guiados siempre por la más generosa comprensión y por un afán decidido de implantar la justicia social. Y de esta manera el monumento, que es memorial de una lucha heróica, podrá señalar la aurora de una era de paz.
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