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martes, 22 de mayo de 2012

Obispo de Solsona: ¡Todos contra la Crisis! (400)

COMUNICACIÓN PASTORAL
SOBRE LA CRISIS ECONÓMICA
Y EL COMPROMISO DE TODOS 
CON LOS QUE LA SUFREN
+Xavier Novell, Obispo de Solsona
(31 enero 2012-San Juan Bosco)
¿Qué nos ha pasado?
En 2007, el sistema financiero de Estados Unidos sufrió una gravísima crisis por causa de haber concedido una gran cantidad de préstamos a personas "sin oficio ni beneficio" (ninjas: not income not job) que muy difícilmente los podrían devolver. El capitalismo liberal norteamericano genera desde hace años una enorme cantidad de pobres que se sostienen socialmente no a través de los servicios públicos propios de los estados sociales europeos sino mediante la concesión de préstamos.

Esta crisis provocó un "tsunami" financiero que afectó a todo el mundo pero especialmente a Europa. Desde hacía años, algunos países de la CEE "estiraban más el brazo que la manga": los bancos dejaban dinero a privados para comprar viviendas y para abrir y hacer crecer negocios sin más garantía que la hipotecaria y una o dos nóminas; también lo dejaban a las administraciones públicas para crear infraestructuras y mejorar los servicios de educación, salud, cultura y ocio sobre la base de unos ingresos fiscales garantizados por el crecimiento económico. Cuando los bancos de cada país no tenían suficiente dinero, se endeudaban a acreedores extranjeros y continuaban engrosando el sistema.

En España esta dinámica fue espectacular debido a la burbuja inmobiliaria y a unas inversiones faraónicas en infraestructuras. Este crecimiento atrajo gran cantidad de mano de obra proveniente del extranjero. Cuando los mercados financieros detectaron que no sólo los bancos estadounidenses estaban "infectados" por préstamos de difícil recuperación sino también algunos bancos europeos, se cortó el crédito a estos bancos.

Esta desconfianza fue especialmente severa para el conjunto del sistema financiero español y eso provocó un frenazo en la economía española, dado que todo su crecimiento se basaba en el crédito extranjero. Los efectos fueron: el freno de la construcción, el cierre de muchas empresas, el crecimiento del paro, el impago de hipotecas...

Poco después, los mercados financieros comenzaron a fijarse en la solvencia de los estados. En la zona euro algunos países estaban muy endeudados y presentaban unas cifras de déficit público descontrolado. La desconfianza se ensañó con estos estados y empezó el "culebrón" de las subidas y bajadas de la prima de riesgo y los fracasos de las subastas de su deuda soberana.

El banco central europeo para evitar que la desconfianza afectara a todos los países del euro tuvo que rescatar algunos países y tuvo que comprar masivamente bonos estatales de algunos otros. España fue uno de los segundos que está escapándose de la intervención o la quiebra gracias a los signos de confianza en su solvencia que ha dado a través de los recortes del gasto público y los planes de futuro en la misma dirección.

Cataluña aún está peor. Debido al sistema de financiación de la Generalitat, ningún banco se fía de su solvencia por lo que no le ha quedado más remedio que aplicar unos recortes mucho más drásticos y emitir deuda dirigida a privados. Las reducciones del sueldo de los funcionarios, la disminución de la inversión pública en infraestructuras, los recortes en los servicios de sanidad y educación han sido más severos. La Generalitat no tiene dinero para mantener unos servicios públicos tan costosos y no ofrece garantías para que los bancos les puedan dejar.

¿Por qué ha pasado esto?
Es fácil buscar culpables de la crisis: acusamos a los políticos, los banqueros, los "mercados", el "sistema". Pero, no nos engañemos, sin negar sus responsabilidades, debemos reconocer que el motivo principal de la crisis es que todos hemos querido vivir por encima de nuestras posibilidades. La sociedad de consumo nos ha convencido de que la felicidad consiste en disfrutar de bienestar económico: es feliz quien consume, compra las últimas novedades tecnológicas, viaja, tiene una casa propia, un vehículo de gama alta, un armario variado y dinero para una operación de cirugía estética.

Esta sociedad de consumo nos ha engañado. Nos aseguraba que el bienestar de los famosos estaba también a nuestro alcance: "Si no disfrutas de lo que ellos tienen ¡es porque no quieres! Si puedes conseguir una casa en propiedad pagando mensualmente un poco más que el alquiler, ¿por qué no te hipotecas? Si, además, puedes amueblarla a la moda por un poco más, ¡no seas bobo! Si puedes tener un coche nuevo con un préstamo que puedes asumir, ¿por qué ir con un coche viejo y esperar a tener el dinero?".

 Esta dinámica llegó al paroxismo: "Si puedes hacer cruceros y viajar sin esperar a tener los ahorros, ¡date ese placer!" No estoy hablando de teorías. Hace tiempo, alguien me había explicado el contenido de los cursillos para vendedores de vehículos. Les enseñaban las técnicas para convencer a los clientes que compraran un coche por encima de sus posibilidades económicas y convencían a los comerciales más escrupulosos, diciéndoles: "Si el cliente luego no puede pagar, tú ya habrás ganado tu comisión, y ¡ya se espabilará el banco!".

Las administraciones públicas han acabado de redondear esta cultura del consumo desproporcionado. Durante estos años, siempre a base de tomar dinero y de hipotecar el futuro, se ha difundido el convencimiento de que era posible tener un sistema educativo, una sanidad y unas infraestructuras de comunicación como los de los países más ricos de Europa, unos equipamientos culturales
espectaculares y, incluso, unas prisiones de cinco estrellas.

La realidad es, y ahora nos damos cuenta con toda la dureza, que todo esto era un espejismo, que nos han enredado y nos hemos dejado enredar: somos mucho más pobres de lo que pensábamos. La falta de dinero para pagar y hacer funcionar todos los equipamientos que hemos construido a crédito, nos obligará a trabajar mucho más y, a veces, sin poder utilizarlos, porque no tenemos dinero para equiparlos.

¿Quien sufre la crisis con más dureza?
La cara más dura de la crisis, como siempre, son los más débiles. En un sistema económico donde la única ley es el libre mercado, los débiles siempre se llevan la peor parte. Cuando las administraciones públicas garantizan una asistencia básica a todos, los más débiles sufren, pero menos. Cuando el estado social se desmonta y se recortan estos servicios básicos, los primeros en caer en la exclusión social son los que menos tienen, los que están más al límite.

También sufren duramente la crisis los inmigrantes. Vinieron porque los necesitábamos y ahora son los primeros en ser despachados y a no encontrar trabajo. Los que llegaron con visado y billete de avión, fácilmente volverán hacia sus países de origen. Quienes llegaron en "patera" y las han pasado canutas para conseguir un permiso de trabajo, no tienen mejor lugar donde estar que aquí: "Sin trabajo aquí se vive mejor que con trabajo allí".

Pero la cara más peligrosa y alarmante de esta crisis es la gran cantidad de personas normalizadas laboralmente que se han quedado en paro y no encuentran trabajo. Sólo unos datos. Del 2007 al 2009 el paro creció 10 puntos. Del 2009 al 2012 ha subido 5 puntos más. Ahora en España hay un 23% de parados. El número de familias en situación de alto riesgo -nadie trabaja- hace temblar: 1 millón y medio. Entre los jóvenes la situación es desesperanzadora: si sigue creciendo el desempleo juvenil al ritmo del último año (6 puntos de incremento) esta primavera llegaremos a la mitad de los jóvenes en paro.
La gravedad de estos datos aumenta a medida que las noticias anuncian que la crisis no se acaba sino que se intensifica. La inmensa mayoría de parados perdieron su empleo en los años 2007 y 2008, no lo han encontrado, la prestación del paro se les ha acabado y sobreviven gracias a la familia, a la economía sumergida o a la prestación social para los parados de larga duración (300€ aproximadamente).

Caritas informa que el número de peticiones no para de crecer. Vienen a pedir ayuda personas que nunca la habían necesitada y muchos no se atreven hacerlo por la humillación que les supone: están dispuestos a privarse de calefacción, agua, luz y una alimentación suficiente, antes que pedir caridad.

¿Qué tenemos que hacer?
Hace unas semanas, un análisis periodístico explicaba por qué en un país con más de un
20% de paro prolongado no estallaba una revuelta social.

Mi teoría para explicar este fenómeno es que no hay explosión social violenta:
- Porque muchos pensionistas ayudan a los hijos en paro y muchos otros acogen las familias de sus hijos parados en su casa;
- Porque hay empresarios que están aguantando los trabajadores, perdiendo dinero y consumiendo el patrimonio que han acumulado a lo largo de los años;
- Porque hay escuelas concertadas que están consumiendo sus pocas reservas para no
exigir cuotas a familias que no las pueden pagar;
- Porque hay autónomos que perdonan deudas a los que se han quedado sin trabajo;
- Porque los funcionarios, conscientes de la seguridad y la estabilidad de su empleo, aceptan con espíritu de sacrificio los recortes de sueldo;
- Porque mucha gente anónima directamente o a través de Caritas ayuda a muchaspersonas.

¡Quiero agradecer de corazón a todos los que hacéis esto! Y quiero pediros que, si podéis, ¡lo sigáis haciendo!
*************
Quiero dirigir una reflexión y una llamada especial a los fieles católicos. No podemos quedarnos impasibles ante el hecho de que algunos parientes, amigos, vecinos y conciudadanos están en el umbral de la pobreza, con dificultades para disfrutar de los servicios más básicos de alimentación y vivienda.

No podemos pasar de largo ante esta realidad como algunos de los personajes de la parábola del buen
samaritano (Lc 10,30-37). Ya sabemos el fin del rico indiferente a la situación del pobre Lázaro que pedía caridad en la puerta de su casa (Lc 16,19-25).

Cada uno puede hacer algo. Yo me he rebajado el sueldo un 25% con esta finalidad. La diócesis destinará extraordinariamente unos 300.000 € (el 10% del presupuesto ordinario de los años 2011 y 2012) y los arciprestazgos y las parroquias que puedan han sido invitados a hacer lo mismo para dotar al "Plan de Ayuda Social de Caritas Diocesana". Con ello, sin embargo, muy poco haremos y en cambio es muy grande la necesidad.

Permitidme que os invite a hacer algo contra la crisis, desde vuestra situación, y a pediros colaboración
en esta iniciativa de Caritas Diocesana:

La primera petición la dirijo a los empresarios y a las personas que tienen dinero. Es mucho lo que vosotros podéis hacer contra la crisis, ¡de hecho sois los únicos que podéis solucionarla! ¡Vosotros sois los primeros protagonistas de la creación de riqueza y de empleo! Es verdad que la actual fiscalidad y el crecimiento descontrolado y desproporcionado de empleados públicos invita a la tentación de no invertir y de especular con el dinero ganado. Es verdad que la falta de una reforma laboral ha empujado a deslocalizar para no hundirse. ¡No caigáis, pero, en estas tentaciones! Confiad que las administraciones se adelgazaran y que el mercado laboral se agilizará y sin miedo, con creatividad, arriesgad, ¡iniciad nuevas empresas o apoyad a las que aún sobreviven! ¡Cread puestos de trabajo! No seáis ricos insensatos (Lc 14,15-21), ¿de qué os servirá acumular, disfrutar y especular? Los dones que Dios os ha dado son para que hagáis el bien, ¡y ahora el bien principal es crear empleo!

La segunda petición va dirigida a los trabajadores, sean empleados de empresas o funcionarios. Es muy necesario que ante la situación actual rememos todos en la misma dirección. La división y el enfrentamiento harán que se hunda el barco en el que toda la sociedad está embarcada. Es cierto que el capitalismo puro y duro debe ser cambiado. Es verdad que no se puede utilizar la excusa de la crisis económica para recortar derechos laborales básicos. Pero no es menos verdad que en un mercado global, mientras no se arbitren unas normas que lo regulen, sólo podremos sobrevivir si somos más competitivos: si trabajamos más, por menos dinero y ¡repartimos el trabajo existente entre todos! Esto es duro, pero es la realidad. Esto es ir hacia atrás, pero con sacrificio lo podemos y debemos hacer. Los gerentes económicos y los responsables políticos deben ser los primeros en dar ejemplo y rebajarse el sueldo más que nadie, renunciar a unos complementos innecesarios y escandalosos. A pesar de que continúan apareciendo noticias indignantes, muchos políticos y empresarios están dando un gran ejemplo. Detrás de estos nos tenemos que añadir todos nosotros. No es tiempo de lucha social, ¡es tiempo de sacrificio y de esfuerzo compartido!

La tercera petición la dirijo a los pensionistas, que sois una gran mayoría en la Iglesia. Es verdad que poca colaboración económica puedo pedir al colectivo que tiene el poder adquisitivo más bajo de la sociedad, pero también es cierto que muchos de vosotros tenéis casa propia o un alquiler razonable y que no habéis de pensar en nada más que vivir y ahorrar para no ser una carga para los hijos. Vosotros, viendo el desenfreno de consumo y el despilfarro público de estos últimos años, ya preveíais que esto acabaría mal. Vosotros sabéis bien qué es trabajar, ahorrar y estarse de cosas y, por tanto, es mucho lo que podéis hacer por vuestros hijos y nietos: ¡ayudadles a aprenderlo! Enseñadles que hace más feliz "dar que recibir", que se puede pasar con mucho menos, que la unidad familiar es un puerto de salvación en momentos de dificultad. No tengáis miedo a decirles que se fíen de Dios, que Él es el único que puede dar fuerzas para vivir, cuando todas las construcciones y las obras humanas caen y se hunden.

La última petición es una invitación que dirijo a todos. Es mucho lo que podemos hacer. Os convoco a una gran ola de caridad para que, en la diócesis, a nadie le falte techo, luz, agua, calefacción y una alimentación suficiente. El Señor pone a prueba nuestra fe, nuestra relación personal con Él, preguntándonos: "¿Qué haces cuando me ves hambriento, forastero y desnudo? (Mt 25). Sólo que cada uno de nosotros renuncie a algo a favor de quienes nos necesitan, se producirá el milagro de salvar a muchos del precipicio de la exclusión social. Si a ti y a mí nos dejaran sin trabajo o si perdiéramos la pensión, agradeceríamos infinitamente que alguien nos ayudara.

Nosotros, con la ayuda de Dios, ¡podemos impedirlo! Sólo tenemos que hacer cada uno una cosa muy sencilla, la misma que hizo el buen samaritano: mirar lo que pasa a nuestros parientes, amigos o vecinos; compadecernos de quienes están sufriendo más duramente la crisis; acercarse a ellos con voluntad de ayudarles directamente o a través de Caritas. Esto, aunque parece poco, es mucho.