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lunes, 20 de agosto de 2012

CIENCIA y FE: La materia en la RESURRECCIÓN (533)

LA MATERIA EN LA RESURRECCIÓN 
Conferencia de Manuel Carreira, S.J.
¿Qué nos dice la Fe respecto a la persona humana después de la muerte?
(sep 26th, 2010) 


Hoy es un día soleado en Lima y a pesar del invierno siento mucha alegría porque dentro de unas horas veré a uno de mis héroes intelectuales, el Padre Manuel Carreira S.J. Es Licenciado en Filosofía por la Universidad de Comillas y de Teología por la Universidad Loyola de Chicago. Su formación como científico incluye el Master en Física (John Carroll Univ., Cleveland) y el Doctorado con una tesis sobre rayos cósmicos (The Catholic Univ. of America, Washington). Desde 1970 ha ejercido la docencia e imparte conferencias por distintos lugares del mundo sobre temas que relacionan la ciencia actual con la problemática filosófica y teológica.

El Padre Carreira es una de las pocas personas que ha dedicado su vida a estudiar las relaciones complementarias entre Ciencia y Fe, divulgando sus experiencias y conclusiones en un lenguaje sencillo y entendible, lo cual constituye sin duda una gran calidad  intelectual. Por lo pronto, les traigo un artículo del Padre Carreira sobre la posibilidad física de la resurrección de los cuerpos. Que lo disfruten.
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Antes de meternos en las cuestiones estrictamente de la Resurrección y sus aspectos teológicos, daremos más detalles acerca de lo que es la materia según la Física moderna. Con frecuencia, los teólogos con poca base de Física, tienen miedo de aceptar lo que nos dice la Fe, lo que nos dice la Escritura acerca de la Resurrección, porque les parece incompatible con la Ciencia moderna, y es exactamente al revés. Primero, explicaremos qué es la materia.

Se puede definir la materia por sus operaciones, diciendo que materia es todo aquello que tiene alguna interacción por una o más de las cuatro fuerzas conocidas: gravitatoria, electromagnética, nuclear fuerte y nuclear débil.

Aparte de esto, tenemos que hablar de cuáles son los elementos que constituyen la materia. Es bien conocido que existen los llamados elementos químicos del Sistema Periódico: 92 elementos desde el Hidrógeno al Uranio. Durante siglos, se pensó que cada elemento era algo continuo; que se podía coger, por ejemplo, un trozo de plata, dividirlo indefinidamente y siempre se tendría plata. Como mucho, en una de las teorías filosóficas clásicas, se decía que se podría llegar a un trozo último indivisible, que todavía sería plata; a esto se le llamaría átomo. Y así se creía que había átomos de cada uno de los elementos.

A principios del siglo XX, se hicieron una serie de experimentos muy interesantes, que llevaron a descubrir la radioactividad. Hay elementos que espontáneamente emiten partículas; en concreto, el radio emite partículas que, analizándolas, resultan ser núcleos de helio. Esto es ya una indicación de que el elemento radio no es una sola cosa; está emitiendo helio, por lo que tiene que ser algo complejo, y esos núcleos de helio son parte de lo que hay dentro.

Utilizando un trozo de radio metido en un tubo de plomo, se puede hacer un cañón atómico: las partículas de helio salen sólo por el agujero con tremenda velocidad, próxima a la de la luz. Ponemos enfrente una hoja muy fina de oro (el material que puede convertirse en las hojas más finas que conocemos, es el oro). La mayor parte de las partículas pasan al otro lado de la hoja. Se puede hacer una pantalla que brilla con el choque de cada una de las partículas de helio, son los rayos alfa. Esto quiere decir que hay muchos agujeros en lo que parece que es sólido; por tanto, una hoja de oro muy fina no es toda sólida sino que tiene muchos espacios vacíos de tamaño ultramicroscópico.

Pero, para sorpresa de los que hicieron el experimento, de vez en cuando, una partícula en lugar de pasar rebota; algunas rebotan con ángulos muy pequeños, pero otras rebotan prácticamente hacia atrás. Ahora bien, si esto ocurre tiene que ser porque la partícula choca con algo que la repele con fuerza.

Si se piensa que el átomo es algo en que están partículas de diversos tipos uniformemente distribuidas, no se puede esperar un rebote tan drástico. Lo más que puede ocurrir es que una partícula alfa, un núcleo de helio, sufrirá unas pequeñas desviaciones dentro, chocando con diversas cosas y, por fin, puede salir con un pequeño cambio de dirección. Pero para que pueda rebotar completamente, hay que decir que toda la carga eléctrica, que causa la repulsión del helio, tiene que estar concentrada en el núcleo. Y así, se llega a la conclusión de que el átomo tiene toda su carga positiva en un núcleo muy pequeño, y la carga negativa está alrededor. En un modelo primitivo se dice que están los electrones como planetas alrededor del Sol.

Esta fue la primera idea de una estructura atómica. Tenemos un núcleo con carga positiva y, a su alrededor, electrones con carga negativa. Como el núcleo de helio tiene carga positiva también, cuando choca de lleno contra la carga positiva del núcleo, rebota. Si no va directamente hacia el núcleo, se desvía un poco, pero nada más.

De esta manera, se puede entender que todos los elementos del Sistema Periódico tienen una estructura común: cargas positivas en el núcleo y cargas negativas alrededor. Lo que determina que un elemento sea uno u otro es el número de cargas positivas en el núcleo. Si tiene una, es hidrógeno; si tiene dos, helio; si tiene seis, carbono, etc. Todos los elementos se reducen a un elemento básico común en el núcleo, los protones; y otro elemento básico común alrededor, que llamamos electrones.

Fue necesario aceptar que hay algo más en el núcleo, porque se puede encontrar carbono con seis cargas positivas en el núcleo, pero más pesado o menos pesado; y lo que añade peso sin variar la carga, tiene que ser una partícula neutra. Así, a fines de los años 20, queda establecido que hay tres partículas básicas, de las cuales se forma toda la materia conocida: protón y neutrón en el núcleo, y electrón en la periferia.

Esto nos da una idea de que toda la materia es básicamente lo mismo. La materia de nuestro cuerpo, la materia de una estrella, la materia de la corteza terrestre… Se simplifica un poco más este catálogo descriptivo al descubrir que el neutrón, dejado a sí mismo fuera del átomo, espontáneamente se rompe y da lugar a un protón y un electrón. Por lo tanto, parece que se podría reducir todo lo que hay a protones y electrones.

Quedaba todavía por averiguar la naturaleza de cada una de esas partículas. ¿Qué son?, ¿cómo son?, ¿son bolitas duras?, ¿tienen un diámetro?, ¿qué tamaño tienen?, etc.

Entran entonces en juego una serie de descubrimientos que nos obligan a aceptar la idea de que el electrón, alrededor del núcleo, no es simplemente una bolita en órbita, como si fuese un planeta. De alguna manera, este electrón se comporta como una onda, y sólo puede estar en aquellas órbitas en que la onda asociada con él cabe un número completo de veces. Si no cabe un número completo de veces, entonces la órbita no es posible, y esto explica que haya átomos que tienen dos electrones en la primera órbita, varios más en una segunda, otros en una tercera…, en lugar de estar en la primera todos ellos, o en lugar de tener órbitas a distancias arbitrarias.

Mientras esto se iba aplicando a la estructura del átomo, se descubre que un chorro de electrones (más tarde también de protones, e incluso de núcleos de helio), pasando por una rendija, se comporta también como una onda. Si hay una rendija, y pasa una onda por ella, la onda se esparce a ambos lados; por ejemplo, supongamos una onda de agua en el mar que llega a un muelle que encierra una pequeña bahía. Cuando pasa por la entrada, no continúa en una dirección, sino que llega a todas partes. Con un chorro de electrones, se observa lo mismo: los disparamos contra una rendija, y no van simplemente como balas, sino que se comportan como ondas.

La otra cara de la moneda es que se descubre que las ondas de luz se comportan como partículas. Se pueden lanzar ondas de luz contra una placa metálica, y se observa que arrancan electrones de esa placa metálica, como si fuesen balas que chocan con los electrones del metal, haciéndoles salir despedidos. Esto no lo podrían hacer si fuesen simplemente ondas.

Con esto se llega a una descripción de la estructura de la materia, en que hay que decir que la idea pueril de partícula como un pequeño perdigón no es aplicable. No es aplicable tampoco la idea de onda sólo como una vibración de algo que existe previamente; sino que la materia es algo inimaginable, que en algunos experimentos tiene propiedades de partículas y en otros de ondas.

El gran descubrimiento de Einstein de que energía y masa son intercambiables, lleva a la misma conclusión. La energía de una onda luminosa puede dar lugar a que aparezcan un par de partículas; desaparece la onda, y tenemos un electrón negativo y otro positivo: es lo que se llama la materialización del fotón. Por otra parte se pueden encontrar un electrón negativo y un electrón positivo; se juntan, los dos desaparecen, y en su lugar obtenemos pura radiación electromagnética.

Naturalmente, si esto es así, y no hay lugar a duda de que toda la Ciencia moderna se basa en esto, todo lo que nosotros pensábamos de estructura de la materia, deja de ser aplicable. Cada una de estas partículas, según los datos físicos, se puede decir que no tiene tamaño alguno; todos los experimentos que se han hecho indican tamaños cero. Cada una de estas partículas actúa como un centro de atracción o repulsión, pero todos los esfuerzos por encontrarles un diámetro, han resultado fallidos.

Si no tienen tamaño, tampoco hay impenetrabilidad de la materia. Se puede meter en cualquier sitio la cantidad de materia que se quiera; lo único que hay que hacer es vencer la repulsión de partículas. Si un trozo de tiza cae sobre mi mano y se para, ¿por qué se para? ¿Por qué no pasa a través de la mano? La respuesta de la Ciencia moderna es que las partículas de la tiza se repelen con las de la mano. No hay impenetrabilidad en el sentido clásico, vulgar, de la palabra; solamente hay fuerzas de repulsión. Y si se aplica suficiente presión, se pueden vencer esas fuerzas. Así calculamos que en una estrella neutrónica, al final de los días de una estrella de gran tamaño, la densidad puede alcanzar mil millones de toneladas por centímetro cúbico. Y si se presiona todavía más, se produce un agujero negro en que, según la teoría, cualquier cantidad de materia puede desaparecer, contrayéndose, tendiendo siempre a radio cero, y a densidad cada vez mayor; no hay límite.

Hemos dejado de lado la idea de la materia como algo duro, impenetrable, que era un concepto que se basaba en nuestra experiencia vulgar, cotidiana, pero que no se aplica a la materia tal como nos la presenta la Ciencia moderna.

¿Qué más se nos dice respecto a estas partículas? Hemos dicho que el electrón se comporta como onda, lo mismo que el protón, el neutrón…, hasta los núcleos de helio pueden dar lugar a esos fenómenos. Lo típico de una onda es que no está localizada en un sitio. Si una onda llega a una pared con dos rendijas, y pasa por las mismas, la interferencia de las ondas secundarias originadas en ambas rendijas, da lugar a que lleguen las ondas a algunos puntos reforzándose; a otros, cancelándose. Esto es típico de las ondas: interferencias constructivas o destructivas.

Si lo hacemos con luz, pasando a través de dos rendijas, obtenemos en una placa fotográfica una serie de bandas luminosas separadas por oscuridad, que corresponden a zonas en que las dos ondas se superponen y se suman, y a zonas donde se cancelan.

Si hiciésemos esto con perdigones, no ocurriría lo mismo. O pasan por una rendija o pasan por la otra, produciendo sendas manchas de perdigones; no dan lugar, como una onda, a lo que llamamos una interferencia.

¿Qué ocurre cuando en lugar de perdigones, o de ondas de luz, disparamos electrones? Se produce interferencia. Los electrones tienen la propiedad de interferir como ondas, y aunque disparemos un electrón sólo cada vez, mientras que la lógica me diría que pasa por una rendija o por la otra, el experimento nos dice que pasa por ambas. El electrón está en dos sitios a un tiempo. De alguna manera, el pasar por una rendija, se ve influido por el que exista la otra rendija. Y si en lugar de dos, tenemos tres o cuatro, también; todas esas rendijas influyen en el paso de cada electrón suelto. Ya no es verdad que las partículas estén confinadas a un solo sitio.

Cuando consideramos al electrón en órbita, alrededor de un átomo, también el comportamiento indica que el electrón está en toda esa órbita, no está en un sitio solamente.

Si las partículas son, de alguna manera, también ondas, los cálculos matemáticos indican que una onda no está nunca totalmente localizada. Si la partícula está dentro de lo que se llama un pozo de potencial (que se puede representar como un gráfico en el que hay paredes que son fuerzas repulsivas, y la partícula sólo puede moverse dentro de esa zona), la teoría nos dice que la onda asociada no está confinada en ese lugar, sino que también se extiende un poco al exterior. La teoría matemática nos dice que podemos calcular la probabilidad de que la partícula esté dentro, pero que también hay una pequeña probabilidad de que esté fuera.

En la práctica, encerramos una partícula en un recinto del cual no debía poder salir porque hay fuerzas repulsivas muy fuertes, y nos encontramos con que la partícula sale con una frecuencia calculable. Además, no ha gastado energía en cruzar esa barrera; aparece fuera con exactamente la misma energía que tenía dentro. Ha pasado de un sitio a otro sin pasar por el medio. Esto es lo que se llama efecto túnel. La mayor parte de los aparatos de transistores usan también gran cantidad de “diodos de túnel”, que se basan en ese efecto.

Por último, nos dice también la Física, que es imposible asignar una individualidad concreta a una partícula. Si disparamos un electrón contra otro, se repelen, y salen en distintas direcciones. ¿Qué ha pasado? No se puede saber cuál es el que ha tomado cada dirección; es imposible distinguir un electrón de otro. Y cuando se calcula lo que debe observarse en procesos atómicos, hay que tener en cuenta si los cálculos se hacen con electrones distinguibles o no; si los cálculos se hacen para partículas distinguibles, los resultados no están de acuerdo con los experimentos; hay que decir que los electrones son indistinguibles, que no tienen personalidad, por así decirlo.

Finalmente, con la idea de que la masa curva al espacio, en las teorías modernas se llega hasta el punto de sugerir que las partículas son “nudos de espacio”, son arrugas muy concentradas de espacio. Si la arruga es más difusa, le llamamos energía, y si es más concentrada, partícula. Las partículas se pueden transformar en energía y viceversa; todo puede explicarse, posiblemente, como una variación mínima del llamado “espacio vacío físico”, que resulta ser el sustrato básico de cuanto existe en el orden material. Incluso se llega a decir que, al principio del Universo, ese espacio vacío tenía tal densidad que un centímetro cúbico tendría trillones de veces más masa que todas las galaxias juntas.

Después de esto se puede afirmar, por lo menos, que la materia es muy distinta de lo que pensamos; que es muchísimo más flexible, muchísimo más misteriosa de lo que creía ningún filósofo de la antigüedad. Las propiedades que nosotros afirmamos de la materia como obvias, son obvias solamente en el nivel de funcionamiento que llamamos “macroscópico”, sujeto a percepción directa de nuestros sentidos; pero no es posible extender esas propiedades afirmando que son propiedades reales de la materia en todos los niveles. No hay continuidad de la materia, sino que es discontinua, ni hay impenetrabilidad, ni hay localización estricta, ni hay individualidad. Todas estas características son mera extrapolación de la experiencia, bastante burda, de nuestros sentidos y de nuestra vida diaria; pero no son las propiedades que definen a la materia.

Pensemos ahora en lo que nos dice la Iglesia, lo que nos dice el relato bíblico de Cristo después de la Resurrección. Hay una transformación maravillosa de su cuerpo en el momento de la Resurrección. Aquel cuerpo que hasta entonces estaba inerte, muerto en el sepulcro, empieza a vivir de una manera totalmente nueva. Es lo que llamamos “un cuerpo glorioso”: resplandece, entra sin abrir puertas, ni agujeros en las paredes, en recintos cerrados, desaparece instantáneamente, va de un sitio a otro sin usar ningún medio de locomoción; no está sujeto a la muerte, a la enfermedad, al cambio. Esta es la descripción tradicional del cuerpo resucitado.

Como decía al principio, hay teólogos que tienen miedo a tomar esto al pie de la letra y dicen que un cuerpo con esas propiedades no puede ser materia, que es incompatible la idea de materia con algo que se comporta así. Pero ¿es incompatible a la vista de lo que hemos dicho? Cristo entra en un recinto cerrado: si una partícula atómica puede hacerlo por efecto túnel, y eso es parte normal de nuestro trabajo de laboratorio, muy arriesgado sería decir que es imposible que un cuerpo resucitado, con el privilegio de estar dotado por Dios de nuevas propiedades pueda hacer lo mismo.

Dios no puede hacer lo imposible, no puede hacer lo absurdo, pero no es absurdo que la materia pase de un sitio a otro sin pasar por el medio. Lo hace todos los días en nuestros laboratorios. Si lo hace cada partícula, lo puede hacer también un conjunto de partículas. No observamos en nuestros laboratorios el efecto túnel de cuerpos macroscópicos, pero es porque la energía necesaria sería verdaderamente fantástica para que se realizase espontáneamente esa posibilidad, dentro de un tiempo comparable a la edad del universo. Pero no es absurdo.


Es, por lo tanto, algo que cabe perfectamente dentro de la idea de actividad de un Dios omnipotente. Esto mismo debe decirse aplicándolo en forma retroactiva al hecho del nacimiento virginal de Cristo. No hay ningún absurdo en eso. La materia es capaz de pasar de un sitio a otro sin pasar por el medio. Lo hace constantemente.

Podríamos añadir que, como ya hemos indicado, la materia no es verdaderamente impenetrable; también puede pasar a través de paredes o de cualquier cosa sin dificultad alguna, (quiero decir, sin dificultad lógica).


Vemos luego a Cristo yendo de Jerusalén a Emaús, desapareciendo, apareciendo, yendo a Galilea, ¿tuvo que hacer el viaje, paso a paso? No. Los teólogos describían las propiedades del cuerpo glorioso con nombres sencillos y para estos cambios de lugar usaban la palabra “agilidad”; no quería decir que era capaz de moverse a gran velocidad sino que indicaba la posibilidad de ir de un sitio a otro instantáneamente. Esto es juego de niños para Dios, un vez que vemos que la materia misma lo hace constantemente en el mundo de la partículas microscópicas.

¿Puede estar Cristo en dos sitios a un tiempo? ¿Por qué no, si puede hacerlo un electrón? Incluso si hablamos de Cristo en la Eucaristía, ¿puede estar todo el Cuerpo de Cristo en un punto? ¿Por qué no, si la materia no es impenetrable? ¿Y puede estar al mismo tiempo todo el Cuerpo de Cristo en muchos puntos distintos? ¿Por qué no? No hay contradicción con la idea de materia en eso.

Finalmente si la materia está en nuestro mundo sujeta a una serie de procesos por los cuales la materia se altera, decae, y un cuerpo vivo termina envejeciendo y corrompiéndose, eso es porque la materia está dentro de un marco espacio-temporal. Si no actuase dentro de un marco espacio-temporal, la materia no estaría sujeta a ninguna de las fuerzas que hemos dicho, puesto que todas estas fuerzas siempre exigen un espacio y un tiempo en que actuar. Cada una de las fuerzas tiene un radio de acción en el espacio y una intensidad que varía con la distancia y consecuentemente, tiene un tiempo característico de su actividad.

El cuerpo resucitado empieza a ser, en las palabras de San Pablo, un cuerpo espiritual. Y ¿qué quiere decir espiritual? Mi interpretación es: un cuerpo que tiene las propiedades de existir fuera del espacio y del tiempo. Lo que es propio de la materia es el existir y actuar en ese marco espacio-temporal. Lo que es propio del espíritu es el no estar ligado al espacio y al tiempo. Ya hemos dicho que Dios no está en el espacio ni en el tiempo. Es a-espacial y a-temporal.


Nuestro pensamiento mismo no está en un sitio, ni envejece. Todo lo que es espíritu está fuera de esas categorías de espacio y tiempo. San Pablo dice: “se siembra un cuerpo material y nace un cuerpo espiritual”. Tomémoslo entonces en este sentido y digamos que el cuerpo resucitado queda por acción divina con la misma libertad de ataduras espacio-temporales que es propia del espíritu. Automáticamente ese cuerpo será incorruptible; no puede envejecer, no puede tener cambios impuestos por la actividad de la materia. La materia tiene entonces características de libertad total de ese marco en que se movía y empieza a ser como el espíritu.

Dicho de otra manera: durante nuestra vida y durante la vida de Cristo, su espíritu humano y nuestro espíritu humano está constreñido por su unión a la materia del cuerpo. Cristo de veras necesitaba comer, necesitaba descansar y dormir y se fatigaba yendo de un sitio a otro como nosotros. Una vez que ocurre la resurrección, es el espíritu el que manda. En lugar de estar el espíritu subordinado a la materia, ahora va a estar la materia totalmente bajo el dominio del espíritu. Y el espíritu va a darle a la materia la libertad total que es propia de él, sin ataduras ni restricciones. Por eso decía Cristo, hablando a los saduceos, que “los hijos de la resurrección”, aquellos que gozan de la resurrección gloriosa, ya no necesitan casarse, porque ya no habrá muerte, sino que serán “como los ángeles de Dios”.

Y, siendo “resucitados”, que quiere decir “vueltos a la vida con un cuerpo” (el alma sola no resucita, puesto que no ha muerto) son, sin embargo, como los ángeles de Dios. Tienen la misma libertad de todas las ataduras y de todas las necesidades de la materia que tiene un puro espíritu.

Si pensamos así acerca de la vida después de la resurrección, huelga preguntarse dónde está el cielo. ¡En ningún sitio! El cielo no es un sitio: es un “modo de existir”. Y ¿cuándo ocurren las cosas en la eternidad? ¿En un tiempo muy largo? No ocurren en un tiempo. La eternidad es la presencia total del ser que no transcurre a lo largo de un tiempo. Seremos, en ese sentido, como Dios. Esto es decir algo muy atrevido, pero no estoy inventándomelo. San Juan dice que “seremos como Dios, porque conoceremos como Él es”. Para conocer a Dios como Dios es, uno tiene que ser como Él, porque sólo Él puede conocerse, literalmente, como Él es. Y San Juan nos promete que así será: seremos como Dios, porque le conoceremos como Él es.


¿Y cómo es Dios? Es todo simultáneamente. Para Él no transcurre la existencia por periodos sucesivos. Sino que Él es todo simultáneamente en la perfección de su totalidad. Y nuestra propia existencia se parecerá a la de Dios. Naturalmente todo esto que he dicho no es parte del dogma, en cuanto a las explicaciones. Quien quiera quedarse simplemente con la prudente afirmación de San Pablo: “que ni ojo vió, ni oído oyó, ni le cabe a nadie en la cabeza lo que Dios tiene guardado para los suyos”, hace muy bien. Esto es lo único que nos hace falta saber, que Dios puede hacer más que lo que nosotros podemos entender. Pero, por otra parte, la teología es la fe que busca entender, y esto me parece que puede ayudar a entender un poco qué es lo que nos promete nuestra revelación y nuestra fe. Ciertamente, como mínimo, debería uno quedarse muy prudentemente en actitud de expectativa, en decir: Dios puede hacer más que lo que puede el hombre entender.

Hay teólogos que hablan de estos temas con miedo a que se les tache de poco científicos si aceptan que Cristo de veras resucitó con un cuerpo que al mismo tiempo era capaz de comerse un trozo de pescado y, por otra parte, podía salir a través de una pared. Dicen: “no, eso no puede tomarse al pie de la letra, ya se ve que eso no es materia, si hace esto…” Contestaría sugiriendo un estudio básico de Física moderna para convencerse de que no es tan extraño ni tan imposible como parece. La materia es mucho más flexible y mucho más maravillosa de lo que se piensa.

Por último me referiré al problema de preguntarnos: ¿con qué cuerpo volvemos a la vida: con el que teníamos de viejos, cuando nos morimos, el de jóvenes…, cuál? ¿Y qué pasa con los trasplantes quirúrgicos? ¿A quién le toca entonces ese hígado, ese riñón? Me parece que la idea antes expuesta de la falta de individualidad de las partículas elementales puede también jugar aquí un papel importante.

Si hay en el océano una ola ¿puedo decir que esa ola es ésta u otra que pasa por el mismo sitio, con la misma intensidad? ¿Cuál es la ola, el agua que se ha movido, y que luego se ha quedado quieta, o ese movimiento? No tiene sentido preguntárselo ¿verdad?

Pues la materia puede no ser más que eso: ondulaciones en ese vacío físico a que me refería. ¿Cuál es mi cuerpo, el que tengo ahora, el que tenía ayer, el que tenía hace quince días? Las partículas del cuerpo van cambiando día a día, momento a momento. Mi cuerpo es ese conjunto de materia que está, hablando simbólicamente, hecho a medida para mi espíritu.

La manera de hablar de la Filosofía tradicional católica es que el hombre es un “compuesto de alma y cuerpo”. No son dos realidades yuxtapuestas, pero totalmente independientes, sino que la una está hecha para la otra. El alma está hecha para estar unida al cuerpo. El alma no es un ángel al que han encerrado en un trozo de materia. El alma no está hecha para existir sola, como lo está un ángel. Está hecha para existir unida a la materia, y el alma es la que da una estructuración a la materia que le hace ser mi cuerpo. El alma es, al mismo tiempo, el principio vital, el principio directriz de todas mis actividades.


Incluso podemos decir biológicamente que mi cuerpo es una colección de animalitos, porque cada una de las células de mi cuerpo es un bichito al que puedo extraer con un bisturí y ponerlo en un cultivo y vive tranquilamente bajo un microscopio durante años. Y, sin embargo, el conjunto es mi cuerpo. Cada célula de la sangre parece actuar por su cuenta, en cuanto uno puede observar con el microscopio. Pero el conjunto de todos esos miles de millones de células soy yo.

Así que el exigir que mi cuerpo tenga este átomo, con éste al lado… es pueril. Mi cuerpo es intercambiable, en cuanto a su materia, de un día para otro; es intercambiable incluso respecto a órganos enteros, pero sigo siendo yo. ¿Por qué? Porque este conjunto de materia que está bajo el control de mi espíritu, de mi alma, eso es mi cuerpo. No sabemos, desde el punto de vista biológico, cómo definir ese control. Pero en el momento en que Dios rehace el hombre completamente en la resurrección, no tiene que andar buscando los átomos que fueron parte de mi cuerpo, en el instante en que me morí ni en ninguna edad determinada.

Cualquier estructura material hecha a partir de ese sustrato común de toda la materia, cualquier estructura adaptada a mi espíritu, es mi cuerpo. Y de esa manera desaparece el problema de los cuerpos que se han comido antropófagos o de los otros que han tenido trasplantes. Son objeciones superficiales y hasta pueriles.

La materia, como hemos dicho, es mucho más maravillosa de lo que pensábamos y la estructuración del cuerpo es también mucho más profunda que simplemente la colocación de átomos determinados para que sea mi cuerpo.


Cristo Resucitado es la razón de nuestra fe y nuestra esperanza. Por donde Él ha ido, esperamos ir también nosotros. La muerte ya no tiene poder alguno sobre Él; y su victoria es nuestra victoria, de nuestro espíritu, y también de nuestro cuerpo. Esta es la promesa inimaginable hecha a los hijos de Dios.