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martes, 6 de noviembre de 2012

Benedicto XVI: Nuevo Humanismo Cristiano (630)

 La Razón
«Un nuevo humanismo»
Luis Suárez
Real Academia de la Historia
(12/10/2012)

“Los historiadores sabemos muy bien que, cada cierto tiempo, se hace preciso un esfuerzo mental y moral de grandes proporciones para sobreponerse a una de esas crisis que con cierta regularidad se presentan”.

A partir de esta constatación, Luis Suárez, de la Real Academia de la Historia, desgranaba el pasado viernes en la Tribuna del diario La Razón algunas de las claves para “devolver al ser humano todas sus dimensiones morales”, desde la idea de que “la depresión que estamos viviendo no es solamente un fenómeno económico o técnico: parte del orden moral que ha sido alterado y casi destruido”.

Para ese desafío, el prestigioso historiador vuelve sus ojos al Sínodo convocado por Benedicto XVI para, haciendo referencia a la nueva evangelización, proponer y aclarar respuestas a esa gran depresión en la que vivimos”. Sus conclusiones, afirma Suárez, “afectan no sólo a los creyentes, sino también a aquellos que a sí mismos se califican de laicistas. Ya que la gran pregunta es común: qué entendemos por la persona humana y cómo podemos conseguir su crecimiento que es, como ya nos enseñara Ortega y Gasset, el verdadero progreso. Europa tiene su raíz más profunda en el Cristianismo. Es independiente de que nos guste o no: así somos, y ya en el siglo XIV este Cristianismo, hecho cultura, generó el primer Humanismo, al que constantemente nos estamos refiriendo con orgullo”.

Pilares de este humanismo son las respuestas que la Iglesia sigue ofreciendo al mundo de hoy y que el autor del artículo sintetiza:

“(…) El ser humano tiene poder sobre la Naturaleza; no está sometido a ella. Pero dicho poder no es el que corresponde a un amo absoluto, sino al de un administrador que debe responder del uso que de los talentos recibidos hiciera. La ciencia debe ayudarle a comprender, primero, y a mejorar, después, esos bienes materiales que son precisamente bienes”.

“El ser humano es una criatura: no elige el momento de su nacimiento ni el de su muerte. Se inserta en ese conjunto de la Naturaleza al que llamamos vida, que está ahí antes de que abra los ojos y seguirá estando después de que los cierre. Pero en ese intervalo está el tiempo. Y el Cristianismo trata de enseñarle que, al final de su existencia, se le pedirán cuentas y que éstas serán más estrechas cuanto mayores sean los recursos y medios de que haya podido disponer. En consecuencia, dicho ser humano no es un individuo intrascendente sino una persona que se trasciende a sí misma hacia el mundo y hacia el prójimo: y lo que fluye por sus venas en dicha trascendencia es, precisamente, lo que llamamos amor”.

“Europa –concluye Luis Suárez– se encuentra en los umbrales de una nueva era de grandes proporciones. (…) El Sínodo viene a ofrecer uno de los recursos fundamentales para ese camino hacia el progreso”. A continuación reproducimos el texto íntegro del referido ensayo:

"UN NUEVO HUMANISMO"
Luis Suárez 
De la Real Academia de la Historia

El papa Benedicto XVI ha convocado al Sínodo. Se trata de una reunión de obispos y expertos cuidadosamente seleccionados para examinar y definir la doctrina de la Iglesia en relación con los grandes acontecimientos coyunturales. En este caso, y haciendo referencia a una nueva evangelización, se trata de proponer y aclarar respuestas a esa gran depresión en la que vivimos. Las conclusiones del Sínodo afectan no sólo a los creyentes, sino también a aquellos que a sí mismos se califican de laicistas. Ya que la gran pregunta es común: qué entendemos por la persona humana y cómo podemos conseguir su crecimiento que es, como ya nos enseñara Ortega y Gasset, el verdadero progreso. Europa tiene su raíz más profunda en el Cristianismo. Es independiente de que nos guste o no: así somos, y ya en el siglo XIV este Cristianismo, hecho cultura, generó el primer Humanismo, al que constantemente nos estamos refiriendo con orgullo.

De Petrarca a Tomás Moro: ahí estaba el puente. Ahora tenemos el punto de partida en esos tres grandes, Adenauer, De Gasperi y Schumann, que consiguieron superar, de una manera que esperamos sea definitiva, los terribles odios que durante siglos enfrentaran a los europeos. Al menos una meta ha sido conseguida: desde 1945 ya no existen guerras «europeas». Quiero insistir en el punto a que con tanta frecuencia me he referido: eran tres católicos convencidos y supieron compartir sus ideas y afectos con quienes no lo eran.

Porque la depresión que estamos viviendo no es solamente un fenómeno económico o técnico: parte del orden moral que ha sido alterado y casi destruido, entre otras cosas, por la «revolución sexual» a la que algunos de nuestros políticos se refieren en términos elogiosos, acaso porque no entienden bien el matiz de los términos. Para vencerla –mejor resulta el término «superarla»– es imprescindible devolver al ser humano todas sus dimensiones morales. Esto es los que el Sínodo de 2012 pretende alcanzar. Un examen de la fe cristiana convertida en cultura puede ayudarnos y mucho. En ella se encuentra no una serie de mandatos, sino una revelación acerca del orden que Dios ha establecido en el Universo. Desde una actitud de servicio, el Sínodo te propone decir: éstas son las respuestas que tengo acerca de los grandes problemas que os agobian y las ofrezco gratis porque gratuitamente las he recibido.

En primer término conviene recordar que el ser humano tiene poder sobre la Naturaleza; no está sometido a ella. Pero dicho poder no es el que corresponde a un amo absoluto, sino al de un administrador que debe responder del uso que de los talentos recibidos hiciera. La ciencia debe ayudarle a comprender, primero, y a mejorar, después, esos bienes materiales que son precisamente bienes. Pero si se somete al poder de la técnica, desvirtúa el papel de la misma. La educación no debe ser, como ahora parece que preferimos, una preparación de motores humanos. Ser más en lugar de tener más, nos explicaba aquel singular pensador, Karol Wojtila, que llegó a ser Papa.

El ser humano es una criatura: no elige el momento de su nacimiento ni el de su muerte. Se inserta en ese conjunto de la Naturaleza al que llamamos vida, que está ahí antes de que abra los ojos y seguirá estando después de que los cierre. Pero en ese intervalo está el tiempo. Y el Cristianismo trata de enseñarle que, al final de su existencia, se le pedirán cuentas y que éstas serán más estrechas cuanto mayores sean los recursos y medios de que haya podido disponer. En consecuencia, dicho ser humano no es un individuo intrascendente sino una persona que se trasciende a sí misma hacia el mundo y hacia el prójimo: y lo que fluye por sus venas en dicha trascendencia es, precisamente, lo que llamamos amor.

Ese ser humano se desenvuelve en tres dimensiones, materia, espíritu y tiempo. La Iglesia enseña, empleando las palabras de Cristo, que si bien el Reino de Dios no pertenece a este mundo en él se incoa.

El Sínodo va a tratar de aclararnos muchas cosas. No se trata de encerrar sus conclusiones en el interior de nuestra alma, sino de comunicarlas a cuantos nos rodean. De ahí el término escogido por la Iglesia de «nueva evangelización». Los historiadores sabemos muy bien que, cada cierto tiempo, se hace preciso un esfuerzo mental y moral de grandes proporciones para sobreponerse a una de esas crisis que con cierta regularidad se presentan. En la base de toda esta doctrina está el hecho de que, según la Biblia, el ser humano es portador de una «imagen y semejanza» de Dios. Lo comprendemos cuando acudimos a los grandes pensadores españoles que, siguiendo las huellas de Ramón Llul, explicaron que en él se encuentran esas dos dimensiones: libre albedrío y capacidad racional para un conocimiento especulativo que va más allá de la simple observación y experimentación.

Europa se encuentra en los umbrales de una nueva era de grandes proporciones. Ha conseguido superar muchos de los defectos que la estorbaran en su camino. Quienes hemos vivido años ahora lejanos comprendemos bien su incremento en calidad. Conviene no olvidarlo. Tampoco permanecer estancados. El Sínodo viene a ofrecer uno de los recursos fundamentales para ese camino hacia el progreso.