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jueves, 15 de noviembre de 2012

Consecuencia de la Constitución Masónica de 1978: Desmovilización Política de los Católicos (655)

Como padres de la Constitución se conoce en España a los siete ponentes que se encargaron de la redacción de la Constitución española de 1978: Gabriel Cisneros, Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, José Pedro Pérez-Llorca, Manuel Fraga Iribarne, Gregorio Peces-Barba, Jordi Solé Tura y Miguel Roca Junyent. Los tres primeros pertenecían a la UCD; Fraga Iribarne a Alianza Popular; Peces-Barba al PSOE; Solé Tura al Partido Comunista de España; y el último a Convergència i Unió.


InfoCatólica
Blog "Reforma o Apostasía"
José María Iraburu 
(8.11.12)

–Todo lo que escribe usted hoy creo que ya se lo he leído antes en otros artículos.
–Así es. Resumo ahora lo que escribí en este blog en los números (95), (117), (118) y (119).

Un fallo del Tribunal Constitucional consagra en España como matrimonio las uniones contrarias a la ley natural. Declara el TC que no es «inconstitucional» la ley que los socialistas establecieron en el año 2005 sobre el «matrimonio» homosexual. En su comentario a este hecho nefasto, comenta Luis Fernando Pérez Bustamante, que Ya solo queda la eutanasia, la poligamia y la persecución de los cristianos.
La Constitución política de España, aprobada en referéndum (1978), es agnóstica, prescinde en absoluto de Dios, y en sus formulaciones deja puertas entreabiertas para la posible entrada de leyes perversas. Así lo señaló claramente el Card. Marcelo González Martín. La Constitución, sin embargo, así como quedaba abierta a grandes males, también quedaba abierta a grandes bienes, siempre que hubiera una acción política sana y valiente de los católicos de nuestra nación. No la ha habido casi en absoluto. Y la razón es clara. Los mismos eclesiásticos que aceptaron o no impugnaron la Constitución agnóstica del 78 han tenido buen cuidado de evitar toda movilización política posterior de los católicos, haciéndola imposible siempre que se ha intentado.

Por eso conviene pensar que los enormes males políticos sobrevenidos a España no se deben tanto a la Constitución misma, sino a una desmovilización política total, consciente y deliberada, de los políticos católicos. Mis reflexiones presentes, sin embargo, no se limitan a la circunstancia histórica de España, sino que consideran la situación, muy semejante, de las naciones descristianizadas de Occidente.

Es prácticamente nulo el influjo actual de los cristianos en la vida política de las antiguas naciones cristianas, todas ellas discípulas de Cristo desde hace quince o veinte siglos. Son muchos los católicos que ven hoy con perplejidad, con tristeza y a veces con resentimiento hacia la Jerarquía pastoral, cómo la presencia de los laicos en la res publica a) nunca ha sido tanvalorada y exhortada en la enseñanza de la Iglesia como en nuestro tiempo, y b) nunca ha sido tanmínima e ineficaz como ahora. Así las fuerzas anti-Cristo han logrado arrancar las raíces cristianas de muchas naciones, ignorando y calumniando su verdadera historia, y han encerrado el pensamiento y la vida moral de esas sociedades en unas mallas férreas anti-Cristo cada vez peores y más eficaces.

¿Cómo puede explicarse la inoperancia casi absoluta de los cristianos de hoy en el mundo de la política y de la cultura? Llevamos más de medio si­glo ela­borando «la teología de las realidades tem­porales», hablando de «la mayoría de edad del laicado», de su ineludible «compromiso político», que les ha de empeñar en «impregnar de Evangelio todas las realidades del mundo secular». Puro Concilio Vaticano II… Y sin embargo, nunca en la historia de la Iglesia, al menos después de Constantino, el Evan­gelio ha tenido menos influjo que hoy en el pensamiento y las costumbres, el arte y la cultura, en el mundo de las leyes y de las instituciones, de la educación, de la familia y de los medios de comunicación social. 

¿Cómo se explica eso?… No se llega a conocer algo si no se conocen sus causas: "cognitio rerum per causas". El gran desfallecimiento actual de la actividad política católica tiene tres causas fundamentales, que en el fondo son una sola:

1.– La amistad con el mundo. La Iglesia local que exige, como norma indiscutible, que el pueblo cristiano se relacione con el mundo moderno en términos de conciliación amistosa, y que pretende evitar cualquier modo de confrontación con el mundo –y cualquier modo de persecución, dicho sea de paso–, hace totalmente imposible la acción política de los cristianos en el mundo. Y mucho menos, como digo, si pretenden realizarla en formas organizadas.

2.– El horror a la Cruz de Cristo. La palabra de nuestro Señor ha sido rechazada. «Decía a todos [no sólo a un grupo de ascetas]: El que quiere seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame. Porque quien quiere salvar su vida, la pederá, y quien perdiere su vida por mi causa, la salvará» (Lc 9,23-24). Una Iglesia local, pastores y fieles, en la medida en que pretende guardar su vida, pierde a Cristo, no tiene vida (los padres no tienen hijos, las diócesis no tienen vocaciones, los misioneros no predican el Evangelio, los cristianos con vocación política no hacen ni de lejos una actividad política católica). Son muchos los que han preferido aceptar en su frente y en su mano la marca de la Bestia liberal, para poder comprar y vender en el mundo (Ap 13).

El horror a la Cruz ha paralizado a los políticos cristianos, que no han luchado por la verdad y el bien del pueblo. No se les ven cicatrices, sino prestigio mundano y riqueza. Si realmente son cristianos, lo son como semipelagianos. No ofrecen mayores resistencias a las iniquidades políticas, pues tienen que «guardar sus vidas» cuidadosamente, «la parte humana» que colabora con Dios, para así continuar sirviendo al Reino de Cristo en el mundo (!) [semipelagianismo puro y duro]. Y así han dejado ir adelante con sus silencios o complicidades políticas perversas. Han tolerado agravios a la Iglesia que no habrían permitido contra una minoría ecologista, islámica, budista o gitana. Se han mostrado incapaces no sólo de guardar en lo posible un orden cristiano, formado durante siglos en naciones de mayoría cristiana, sino que ni siquiera han intentado proteger lo más elemental de un orden natural, destrozado más y más por un poder político malvado. E incluso han obrado también en la misma dirección cuando han tenido una amplia mayoría parlamentaria, pues no querían perderla.

3.– El catolicismo liberal, que independizando la libertad humana de la sujeción que debe a Dios y al orden natural, descristianiza mentes y conductas, y en la vida política lleva necesariamente a una paganización diabólica del mundo. Los católicos liberales, y concretamente los políticos, se acomodan al mundo y se hacen incapaces de actuar como cristianos en política, en el mundo de la cultura y de la educación, en los medios de comunicación. Son «sal desvirtuada, que no vale sino para tirarla y que la pise la gente» (Mt 5,13). Cesa completamente la acción política de los católicos.
Gracias a los católicos liberales malminoristas, en pueblos de gran mayoría católica ha podido entrar en la vida cívica, sin mayores luchas ni resistencias, y legalizadas por el voto de los católicos, una avalancha de perversiones incontables, contrarias a la ley de Dios y a la ley natural. Y el Poder anti-Cristo ha podido gobernar durante muchos decenios a pueblos de indudable mayoría católica, como México o Polonia, sin que los católicos liberales de todo el mundo se rebelaran por ello mínimamente.

La Bestia mundana no ha sido combatida suficientemente desde hace más de medio siglo. Y ésta es causa muy suficiente de que no sea hoy apenas posible la actividad política de los católicos en muchos países. «La tierra entera sigue maravillada a la Bestia», a quien el Dragón infernal le ha dado poder para «hacer la guerra a los santos y vencerlos» (Ap 13,3.7). En esta situación solamente un resto bendito de fieles mártires resiste a la Bestia y no admite su marca ni en la frente ni en la mano: son «los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús» (12,17). Pero normalmente, en las Iglesias locales en gran medida descristianizadas, estos cristianos fieles están neutralizados por su propia Iglesia para actuar como católicos en política.

Cuando consideramos la actitud pasada de una buena parte de la Iglesia Ortodoxa en el mundo comunista del siglo XX, nos parece lamentable que no se resistiese más abiertamente a la Bestia soviética. Pero cuando se considere dentro de unos años la actitud de algunas regiones de la Iglesia Católica frente a la Bestia liberal, parecerá lamentable que ésta no fuera mucho más denunciada y combatida. Dar la mano, la sonrisa y la imagen de concordia a políticos responsables de tantos crímenes –no pocos de ellos se dicentes cristianos–; elogiarlos incluso, al término de su ministerio; establecer con ellos acuerdos, que se declaran «satisfactorios»; no impedir con todo empeño que el voto de los católicos sostenga y haga posible tantas infamias; no promover fuerzas políticas operativas, capaces de combatir a la Bestia, todo eso se verá con pena, lamentación y vergüenza. Y las razones que puedan alegarse en justificación de esa actitud, «salvar la vida de la Iglesia, el mantenimiento de los sacerdotes y de los templos, la vida litúrgica, asistencial, apostólica», etc., no serán admitidas, sino que se estimarán falsas y cobardes.

–Es ya necesario y urgente que los votos católicos se unan para procurar el bien común en la vida política y para evitar sobre la nación una avalancha de perversiones. Es absolutamente intolerable que los votos católicos sigan sosteniendo el poder de la Bestia mundana. O dicho de otro modo: es una vergüenza que los católicos no hallen un cauce político en el que participar con su actividad y sus votos. No es admisible que en países de mayoría católica puedan tener representación política los comunistas, los ecologistas, los socialistas, los conservadores liberales, los regionalistas, etc., pero no los católicos, que se ven obligados a abstenerse de votar o a votar siempre partidos malminoristas, que pronto vienen a ser malmayoristas.

1. Ningún voto de católicos siga, pues, siga alimentando a la Bestia política, la que fomenta el divorcio, el aborto, la eutanasia, la anticoncepción, la educación laicista, el matrimonio homosexual, el enriquecimiento cerrado a la ayuda de los países pobres, la fractura de la nación en regiones y partidos contrapuestos, y toda clase de atrocidades y perversidades.

2. No es bastante en modo alguno que en una Iglesia local se promueva de vez en cuando un Congreso de políticos católicos, incapaces de formar una alternativa políticamente operante; ni basta con que se organicen algunas manifestaciones multitudinarias contra el Gobierno, o que incluso los Obispos publiquen declaraciones que condenan gravemente ciertos engendros de la Bestia, pero sin condenarla a ella misma. Un grupo fuerte, dos o tres grupos pequeños coaligados electoralmente, una docena de diputados verdaderamente católicos podrían obrar con más eficacia en la vida política de la nación que todos esos Congresos, manifestaciones y documentos episcopales.

3. No basta en la situación actual con exhortar a los fieles a que «voten», y a que «voten en conciencia». Es necesario posibilitar una canalización del voto de los católicos, para que el pueblo fiel se empeñe positivamente en la promoción del bien común y en combatir el mal común. Sólo cuando se dé esa posibilidad el ciudadano cristiano se comprometerá con entusiasmo y abnegación a trabajar en política en favor del Reino, y sólo entonces se verá libre de la pésima necesidad de votar una y otra vez, durante generaciones, siempre males, sean males menores o mayores. ¿Hasta cuando esta ignominia?

–Algunos han querido y quieren hacernos creer que la Iglesia, a partir del Vaticano II, veta la unión de los católicos en organizaciones políticas. Eso enseñan falsamente aquellos Pastores y fieles cristianos que no quieren enfrentamientos de la Iglesia con el mundo moderno. Ellos son quienes impiden que los católicos formen asociaciones políticas, sean éstas o no confesionales. Ellos son los que abortan cualquier intento de unión del voto de los católicos apenas concebido. Prefieren con mucho que los católicos apoyen a partidos malminoristas, para que la Iglesia «salve su vida» y viva «en paz». Ellos son los principales debilitadores tando de la acción evangelizadora del mundo como de la actividad católica política. Pero esa pasividad cautelosa y derrotista, frente a la prepotencia del mundo anti-Cristo, en modo alguno se deriva de la enseñanza del Concilio Vaticano II.

La Iglesia quiere que los católicos se asocien para actuar en la vida política, porque sabe que nada pueden hacer inmersos en partidos laicos que en realidad son laicistas. El último Concilio, según ya vimos en este blog (104), enseñó que es misión principal de los laicos cristianizar la vida social y política:

«El Vaticano II enseñó con especial insistencia en muchos de sus documentos que los laicos están llamados a “evangelizar y saturar de espíritu evangélico el orden temporal, de modo que su actividad en este orden sea claro testimonio de Cristo y sirva para la salvación de los hombres” (Apostolicam actuositatem 2). “Hay que instaurar el orden temporal de tal forma que, salvando íntegramente sus propias leyes, se ajuste a los principios superiores de la vida cristiana” (7). “A la conciencia bien formada del seglar toca lograr que la ley divina quede grabada en la ciudad terrena” (Gaudium et spes 43)». El Vaticano II quiere que «los laicos coordinen sus fuerzaspara sanear las estructuras y los ambientes del mundo cuando inciten al pecado, de manera que todas estas cosas sean conformes a las normas de la justicia y más bien favorezcan que obstaculicen la práctica de las virtudes» (Lumen gentium 36c).

¿Cómo podrán coordinar sus fuerzas los católicos si están dispersos en varios partidos políticos normalmente enfrentados entre sí a muerte? Son políticos católicos absolutamente neutralizados. ¿Cómo podrán los católicos lograr una acción política potente si no es en un movimiento único o, mejor normalmente, en una coalición de asociaciones o de organizaciones distintas de verdadera inspiración cristiana? La Iglesia sabe perfectamente que los laicos jamás podrán cumplir la misión política integrándose en partidos anti-cristianos o malminoristas, unos y otros laico-laicistas. Lo sabe bien a priori, pero más aún a posteriori, comprobando la experiencia histórica de los últimos tiempos.

Los católicos en el siglo XIX y en buena parte del XX «coordinaron sus fuerzas» para la acción política en partidos, asociaciones, movimientos, alianzas, círculos políticos, fundaciones, periódicos, congresos de actividad permanente. Aquellos cauces numerosos de la actividad política de los católicos, con mayor o menor fuerza y acierto, consiguieron a veces importantes victorias, y libraron batallas a veces muy fuertes y prolongadas, logrando frenar graves males. Los partidos laicistas tenían entonces que contar con el voto católico, porque muchas veces sin él ni siquiera podían llegar al gobierno.

–«Por sus frutos los conoceréis» (Mt 7,16). Bruno Moreno en su artículo Tres ideas sobre el TC, el PP y los españoles, cita estas palabras del Ministro de Justicia [del Gobierno español, regido por el Partido Popular, Dn. Alberto Ruiz-Gallardón]:

«“El PP lo que hará será, acatando la sentencia del TC, no modificar la vigente ley y, por lo tanto, dejar exactamente en la regulación que el TC ha validado la normativa que afecta al matrimonio entre personas del mismo sexo”. Y lo dice sabiendo que es falso». 

De modo semejante declara falsamente: «“El Tribunal Constitucional, al establecer que la Constitución ampara que esta unión de personas del mismo sexo cabe dentro de la concepción de matrimonio que recoge el texto constitucional, ha establecido una doctrina que para nosotros es en este caso vinculante”. De nuevo una afirmación desvergonzada, porque sabe perfectamente que la decisión del TC sólo es vinculante en el sentido limitadísimo de que establece que la ley del PSOE [2005] puede aceptarse según la Constitución, mientras que el TC no dice ni puede decir que esa ley deba mantenerse en vigor. Eso es una decisión del poder legislativo que, por si alguien no lo recuerda, está [con mayoría absoluta] en manos del PP. Es decir, es una decisión del PP mantener el «matrimonio» homosexual, no del TC». ¿Alguien de quienes apoyan al Partido Popular –sea jurista, periodista, eclesiástico– podrá contradecir esta última afirmación?

Ya algunas voces en la Iglesia van afirmando la necesidad de que los católicos se unan y organicen para la acción política, viendo que de otro modo el influjo católico en la vida de las naciones es mínimo, y que los pueblos se hunden más y más en la oscuridad de la apostasí, en el pecado y la ruina. Los católicos tenemos el derecho y el deber de que se oiga nuestra voz en los medios de comunicación, en escuelas y universidades, en las altas Cámaras políticas. No podemos esconder la luz que Cristo ha encendido en nosotros para iluminar al mundo (Mt 5,14-16). Y el mundo tiene el derecho de poder oír a Cristo en nuestras voces, pues Él mismo nos envió a evangelizar a todas las naciones.


José María Iraburu 
(10.11.12)

–La cosa está que arde.
–El fuego más temible es el del infierno.

La desmovilización total de los católicos en la actividad específicamente política, señalaba en el artículo anterior, produce pésimas consecuencias para la vida de las naciones y de la Iglesia. Es urgente y necesario reactivar la función política cristiana, tan noble y tan insustituible. Añado ahora algunas observaciones. Y antes de trazar la fisonomía de una asociación política de católicos, señalaré lo que no debe ser un partido católico, es decir, denunciaré lo que viene a ser un partido católico falso.

–Un partido no es católico si hace suyos los principios del liberalismo: soberanía ilimitada del pueblo, autonomía total de los ciudadanos, cuya libertad no está sujeta ni a Dios, ni a un orden natural. Un partido que entiende la democracia en su falsa versión liberal no es católico, aunque quizá se presente como tal, e incluso aunque esté más o menos apoyado por la Jerarquía eclesiástica local. Un partido, por ejemplo, de «presunta inspiración cristiana», que acepta el aborto o el matrimonio homosexual, es una peste que hace tanto o más daño a la Iglesia y a la sociedad que los partidos abiertamente anticristianos.

–Actualmente es muy difícil constituir un partido católico. Y esto conviene reconocerlo desde el principio. Estando apestados de liberalismo casi todos los políticos de la nación –liberales, socialistas, nacionalistas, democristianos, conservadores, comunistas, etc.–, y afectados de la misma peste la banca y los medios de comunicación, un partido político realmente católico, fiel en todo a la Doctrina Política de la Iglesia, es casi imposible. Habría de estar integrado por un grupo de católicos sobrehumanamente fuertes en doctrina y en vida personal espiritual, con clara vocación de mártires, pues de otro modo, a la corta o a la larga, no podrían resistir el combate unánime de todos los otros partidos y de todos los medios de comunicación, así como la presión de los condicionamientos adversos nacionales e internacionales, culturales y económicos.

Eso explica que hoy no existan en Occidente partidos católicos, como no sea algunos extremadamente minoritarios, que no suelen tener los votos suficientes para entrar en el escenario de la vida política. Y si éstos pocos y minoriarios partidos se ven también desasistidos por los Obispos de su Iglesia local, o incluso positivamente combatidos, sus posibilidades de vida se aproximan al cero. En el Occidente apóstata, un partido realmente católico viene a ser un pato en un gallinero. O mejor: es un milagro de la misericordia de Dios. Pero los milagros de salvación quiere Dios hacerlos. Cuando la Patria está en peligro quiere el Salvador del mundo suscitar hombres de fe y de esperanza, y de caridad heroica y martirial, que por la oración y el trabajo, abriéndose al milagro que el Espíritu Santo quiere y puede hacer, se atrevan a colaborar con Cristo organizada y eficazmente, procurando la salvación de la patria.

–La Democracia Cristiana italiana nos mostró históricamente como un partido católico deja de serlo cuando acepta el liberalismo. Y tengamos en cuenta que en la segunda mitad del siglo XX la DC fué el modelo principal para todas las demás naciones de mayoría católica. Este partido, fundado por Alcide De Gasperi en 1942, gobierna en Italia de forma continuada, solo o en coaliciones, durante medio siglo (1945-1993), y se extingue en 1994. Ángel Expósito Correa analiza su trayectoria política en el artículo La infidelidad de la Democracia Cristiana Italiana al Magisterio de la Iglesia (revista «Arbil», nº 73). En él reproduce declaraciones significativas de sus dirigentes históricos. Se ufanan éstos de haber orientado el voto de los católicos hacia la formación de una sociedad laica y secularizada. Y no alardean sin fundamento. Consiguieron, efectivamente, que Italia perdiera los caracteres religiosos, culturales y civiles –hasta el latín perdió–, que constituían su identidad histórica, y que la siguen constituyendo, aunque sea precariamente.

Alcide De Gasperi, presidente democristiano del Gobierno (1945-1953): «la Democracia Cristiana es un partido de centro, escorado a la izquierda, que saca casi la mitad de su fuerza electoral de una masa de derechas».

Ciriaco de Mita, secretario de la DC, varias veces miembro del Gobierno y primer ministro (1988-1989): «el gran mérito de la DC ha sido el haber educado un electorado que era naturalmente conservador, cuando no reaccionario, a cooperar en el crecimiento de la democracia [liberal]. La DC tomaba los votos de la derecha y los trasladaba en el plano político a la izquierda».

Francesco Cossiga, presidente de la República (1985-1992): «la DC tiene méritos históricos grandísimos al haber sabido renunciar a su especificidad ideológica, ideal y programática [es decir, a su identidad cristiana]. Las leyes sobre el divorcio y el aborto han sido firmadas todas por jefes de Estado y por ministros democristianos que, acertadamente, en aquel momento, han privilegiado la unidad política a favor de la democracia, de la libertad y de la independencia, para ejercer una gran función nacional de convocación de los ciudadanos».

Para entender este proceso los lectores españoles que conocen el Partito Popular (PP), sean laicos o eclesiásticos, no necesitan muchas explicaciones. Lo entienden perfectamente. Lo están viendo.

–La DC italiana nos muestra también que un partido católico-liberal instalado en el gobierno durante largo tiempo causa enormes daños el cristianismo y a la nación. Y los produce en forma encubierta y gradual. Toda esa manipulación fraudulenta del electorado católico para conseguir que apoye lo que no quiere, que haga posible con sus votos lo que le es contrario; toda esa secularización de la sociedad a través del Estado liberal, la realiza el partido católico-liberal con gran suavidad y eficacia. Para consumar el fraude, usa fórmulas políticas, prácticas y verbales, altamente sofisticadas: la apertura a sinistra, el compromesso storico, las convergenze parallele, los nuovi equilibri più avanzati, etc. Caminando la DC medio siglo con esta orientación, tiene Expósito muchas razones para afirmar que


«el triunfo de las dos corrientes modernistas [católicos liberales y democristianos] en el mundo católico es sin lugar a dudas una de las causas principales de la crisis de evangelización de la Iglesia y, por tanto, de la secularización del mundo occidental y cristiano. Lo que innumerables documentos y encíclicas papales denunciaban ser los peligros de las ideologías para la sociedad y la Iglesia, fueron desoídos por estas minorías iluminadas que por una serie de circunstancias y factores acabaron imponiendo sus criterios a una buena parte del mundo católico». Con el nihil obstat de la Autoridad eclesiástica.

–Un partido católico-liberal, como la DC italiana, no sólo es incapaz de afirmar «los valores cristianos» que durante siglos han sido el alma de la nación, pero ni siquiera es capaz de afirmar «los valores naturales» más elementales: la justicia social, el matrimonio heterosexual y monógamo, la protección de los niños concebidos, el principio de subsidiariedad en todos los campos, el derecho a la objeción de conciencia, el favorecimiento de la adopción, la libertad real de las familias para dar a sus hijos la educación que quieren, etc.

Se puede ilustrar esta afirmación con un caso concreto. En 1994, cuando la DC ha perdido ya el poder, y siendo todavía presidente de Ita­lia el antiguo democristiano Oscar Luigi Scalfaro, dirige al Congreso un notable discurso en el que aboga por el derecho de los padres a enviar a sus hijos a colegios pri­vados, sin que ello les suponga un pagar doblemente la educación, la pública y la privada. Se trata, evidentemente, de un derecho natural indiscutible, arraigado ya, por ejemplo, desde hace muchos años en Holanda, gracias principalmente a la acción política de los políticos católicos.

El valiente alegato de este emi­nente político fue respondido por una congresista católica, recordándole que, habiendo sido él mismo ministro de En­señanza, «tendría que explicar a los italianos qué es lo que ha impedido a los ministros del ramo, todos ellos democristianos, haber puesto en marcha esta idea», siendo así que la Democracia Cris­tiana, sola o con otros, ha gobernado Italia durante medio siglo. En casi cincuenta años la DC italiana nunca halló el momento político oportuno para conseguir –o para procurar al menos– la financiación justa de la enseñanza privada, uno de losderechos naturales más importantes.

–Un gran partido católico, si es liberal y es además único, causará en la sociedad y en la Iglesia muy graves males. Sigo ejemplificando el tema con la DC italiana.
–Un partido católico único, que casi-oficialmente canaliza el voto de los católicos, condena al fracaso y a la extinción a otras corrientes católicas minoritarias, que siendo perfectamente válidas y no pocas veces mejores, mantienen una orientación diferente. En la segunda mitad del siglo XX todo político católico italiano ha de integrarse en la DC o quedarse en su casa.Solo se uniti saremo forti, es el lema. Se entiende: solo si todos los católicos nos mantenemos unidos en un bloque político único seremos fuertes. Vota DC.

–Si ese único y gran partido católico logra el poder, crea un clientelismo sumamente pernicioso: los políticos y funcionarios de la DC –miles y miles de cargos convenientemente remunerados– son la clientela primaria; pero también abunda su clientela en los banqueros, periodistas, escritores, empresarios, profesores, constructores, actores, e incluso, hasta cierto punto, los sacerdotes y Obispos, porque saben que si no aceptan en la frente y en la mano el sello de la DC, difícilmente podrán «comprar y vender» en este mundo (Ap 13,17).

–Un gran partido único-católico, casi necesariamente, traiciona en la vida política los grandes ideales cristianos. Un partido católico, si quiere ser cuantitavamente grande para conseguir el poder y para arraigarse en él durablemente, se ve casi obligado a asumir en la práctica, y finalmente en la misma teoría, los grandes errores y maldades de la política de su tiempo. Y esa innumerable clientela generada por el partido gobernante, al mismo tiempo que es un apoyoseguro para mantenerlo en el poder, es sin duda un lastre de pésimas exigencias y de complicidades mortales.

–Un partido semejante produce un cuadro de políticos perpetuos, que durante muchos decenios van turnándose en los principales cargos directivos. En el mundo católico hay un partido, y en este partido unos dirigentes. Y no hay más. Y éstos que hay son corchos insumergibles, capaces de todos los chalaneos precisos para mantenerse siempre a flote en medio de las turbulencias del río de la política nacional, si es preciso formando un pentapartito. Todo menos perder el poder y caer en el sehol de la oposición.

–Ocasiona una ingerencia excesiva de la Jerarquía episcopal, que teniendo bajo su influjo un partido que se dice católico, y que es grande y único, difícilmente se limitará a asistirlo con la sana doctrina social y política, lo que corresponde a su misión, sino que se impondrá o influirá al menos en cuestiones políticas que deben ser responsabilidad libre de los laicos.

–Compromete a la Iglesia católica. En el caso de la DC italiana así ocurrió, sobre todo en los primeros decenios. Al paso de los años el partido fue perdiendo identidad católica, y se independizó cada vez más de las directivas de la Iglesia, hasta enfrentarse con ella en graves cuestiones.

–Finalmente, la infidelidad de los políticos a los principios católicos de la política y su fidelidad a las exigencias crecientes de su clientela acaban por hundir el partido en la corrupción y la extinción.

–El gran fracaso de la vida política de los católicos después del Vaticano II no ha sido hasta ahora suficientemente reconocido en la Iglesia. Ha sido un fracaso tan abismal que en muchas naciones de mayoría católica la promoción política, activa, concreta y organizada del Reino social de Dios entre los hombres ni siquiera se ha intentado; más bien se ha impedido, como si fuera contraria a las orientaciones del Concilio Vaticano II (117) –el Concilio más falsificado de la historia de la Iglesia–. Y vuelvo a decirlo: no se ha reconocido suficientemente ese fracaso, ni se han analizado y denunciado suficientemente sus causas. Lo compruebo con un ejemplo.

Con ocasión del Jubileo de los Políticos, celebrado en Roma en el año 2000, es significativamente elegido como presidente del Comité de Acogida el siete veces primer ministro de Italia y actual senador vitalicio, Giulio Andreotti. Este notable político católico, allí mismo, en Roma, en 1978, firma para Italia la ley del aborto, que autoriza a perpetrarlo legalmente durante los noventa primeros días de gestación… Éste es, al parecer, el prototipo del político católico postconciliar, brillante director de la revista internacional católica 30 Giorni, recientemente fallecida.

El Espíritu Santo está queriendo renovar la faz de la tierra. Está deseando infundir en Pastores y laicos católicos la inmensa fuerza benéfica de Cristo, Rey del universo. Quiere potenciar las misiones, de tal modo que el Evangelio llege a enseñar «a todas las naciones». Quiere impulsar una gran acción política cristiana, en la que «los laicos coordinen sus fuerzas para sanear las estructuras y los ambientes del mundo cuando inciten al pecado, de manera que todas estas cosas sean conformes a las normas de la justicia y más bien favorezcan que obstaculicen la práctica de las virtudes» (LG 36c). Pero faltan cristianos de fe, de esperanza contra toda esperanza, y de una caridad suficientemente heroica para ser martirial, que les capacite para ser dóciles a este impulso poderoso del Espíritu Santo.

Post post dedicado el Sr. Ministro del Interior, Dn. Jorge Fernández Díaz.–El 6 de noviembre de 2012 el TC declaraba no inconstitucional, como estaba previsto, la ley establecida (2005) por el Gobierno socialista sobre el «matrimonio» homosexual. Inmediatamente, el PP «acató» la sentencia, como estaba previsto, manteniendo intacta la ley, y renunciando a derogarla, pudiendo hacerlo, al tener mayoría absoluta. El Ministro del Interior del Gobierno español, Jorge Fernández Díaz, miembro al parecer del Opus Dei, y uno de los 70 miembros del PP que presentaron contra la ley del «matrimonio» homosexual un recurso de insconstitucionalidad ante el TC, al conocer la sentencia –elaborada ¡en siete años!–, al mismo tiempo que la acataba con su Gobierno, como estaba previsto, declaró públicamente su disconformidad, como estaba previsto. También expresaron su disconformidad otros parlamentarios del PP , como estaba previsto. Inmediatamente, Iñaki Oyarzábal, segundo del PP vasco y secretario de Justicia, Derechos y Libertades de la ejecutiva nacional del PP –que había asumido el 24 de junio su personal condición homosexual–, «desautoriza» las declaraciones del citado Ministro, como estaba previsto, considerándolas meras opiniones personales. Por su parte, las Nuevas Generaciones del PP en el País Vasco defienden el «matrimonio» homosexual. Como estaba previsto.

Y uno se pregunta: ¿Por qué el Sr. Dn. Jorge Fernández Díaz no presenta su dimisión como miembro del PP y como Ministro de un Gobierno que reafirma la ley perversa sobre el «matrimonio» homosexual? ¿Qué hace un hombre como él en un partido como ése? Y la misma pregunta habrá de hacerse a otros miembros del PP, que, como él, firmaron el recurso ante el TC contra el “matrimonio” homosexual: el ministro Arias Cañete, Eugenio Nasarre, Ángel Pintado, José Ignacio del Burgo, Mª Elvira Rodríguez, Federico Trillo, Ignacio Astarloa, primero de los 72 firmantes, y tantos más.

José María Iraburu, sacerdote
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