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martes, 9 de enero de 2024

Estrategia Masónica: España hacia la Ruptura

La Gaceta de InterEconomía
Blog "Presente y Pasado"
PÍO MOA
(27/11/12)

Hay que ver la crisis actual en su gestación
si queremos entender algo

En pocos meses hemos llegado a una situación en que los partidos separatistas arrasan en Vascongadas y en Cataluña. Y no es como hace algún tiempo, cuando entre los votantes de CiU y PNV había bastantes regionalistas no separatistas. Ahora las cosas se han puesto muy claras. Una gran masa de la población detesta simplemente a España, una masa mucho mayor que la de los que quieren seguir siendo españoles. Este es el dato clave, y no el retroceso de Mas.

Entender lo que pasa requiere examinar el pasado reciente: ¿cómo se ha llegado a esta situación? Al comienzo de la transición, la opinión antiespañola era muy minoritaria en Vascongadas y más todavía en Cataluña, como he recordado en La Transición de cristal. Pero, por suerte para los separatistas, en Madrid se impuso un botarate, Suárez, con un rey no menos botarate, aunque controlado hasta cierto punto por consejeros más serios. Se impuso también la idea de que democracia y antifranquismo eran sinónimos, lo que volvía a comunistas y etarras los demócratas por excelencia, mientras la derecha jugaba a despistar sobre sus orígenes. Los separatistas pujolianos y peneuvistas no habían hecho oposición digna de reseña a Franco; en realidad, sobre todo los catalanes, se habían dedicado a prosperar, a veces por medios dudosos, en aquel régimen. Pero se apuntaron al más ferviente antifranquismo, y la derecha “nacional” se apresuró a cederles todos los instrumentos con los que predicar el odio a España, a inventarse una historia y a explotar el victimismo y el narcisismo regionales.

Para los separatistas se trataba de utilizar esos instrumentos, regalados por los politicastros de "Madrid", con vistas a conseguir que sus ideas fueran haciéndose mayoritarias. Muy pronto calaron a aquella derecha "nacional", y cuando llegó al poder el PSOE sobre el desbarajuste montado por Suárez, la situación mejoró para ellos: el PSOE también tenía una idea negativa de la historia de España, mientras que la derecha pronto dejó de tenerla, positiva o negativa, convirtiéndose en un simple aparato de poder y de puestos políticos. Los separatistas supieron enseguida que podían hacer burla de las leyes y de la Constitución, cosa que también hacían por su cuenta los de “Madrid”. Todo en medio de una corrupción en la que todos eran cómplices.

Aznar, tras unos bandazos iniciales, fue llevando a cabo, ¡por primera vez!, una política correcta y democrática con respecto a la ETA, pero se mostró todavía más obsequioso hacia los separatistas “moderados”. Luego vino Zapatero a hundir el país con la más abyecta delincuencia gubernamental. De Zapatero, sus demagogias baratas, sus estatutos de segunda generación y otras vilezas ha venido lo que hoy presenciamos. Pero debe recordarse que Zapatero hizo todo en gran medida gracias a una seudooposición de Rajoy. El cual es lo bastante romo (por no decir otra cosa) como para creer que “la economía lo es todo”.

Cuando el PP llegó al poder, no por méritos propios sino por hundimiento del PSOE, pronostiqué, con deseo de equivocarme, que ante la crisis a que han llevado al país sus politicastros, Rajoy haría lo mismo que en la oposición, es decir, nada de provecho:


Desde que llegó al gobierno, Rajoy no ha hecho otra cosa que parlotear vanamente, mentir e incumplir todas sus promesas electorales. Da la impresión de un sonámbulo que nunca entendió lo que ocurría ante sus narices.

Dicho de otro modo: desde el principio hubo una decisión empeñada de la derecha por abandonar a los separatistas (y al PSOE) el terreno de las ideas y facilitarles todos los medios para que impusieran una "conciencia" separatista en sus regiones. Es más, incluso las secciones regionales del PP compitieron en “nacionalismo” con los abiertamente separatistas, así en Galicia o Andalucía. Y, por supuesto, sobre todo con Rajoy, en Vascongadas y Cataluña. Si no se tienen en mente estos procesos, no habrá manera de entender nada. El problema del separatismo ha venido, fundamentalmente, de los dos partidos “nacionales”, PSOE y PP.

Bien, la situación está así. ¿Qué ocurrirá ahora? Hacer predicciones es difícil, pero hay que partir del hecho esencial: una gran masa de catalanes y vascos está contra una España que no han defendido, sino lo contrario, los politicastros de “Madrid”. No aparece en el horizonte ningún partido con fuerza suficiente para oponerse a esta deriva. Y una intervención militar está fuera de cuestión (podrían suspenderse las autonomías, dadas sus vulneraciones constitucionales, para lo cual bastarían unos pocos guardias civiles, pero me temo que el momento pasó hace ya mucho tiempo. Sin contar las vulneraciones de los propios PP y PSOE). La última esperanza de nuestra basura política es la UE, que amenazando con dejar fuera a una Cataluña separada, detenga un poco el impulso secesionista. Pero lo que el estado español no resuelva no lo va a resolver la UE. Sin olvidar que una Cataluña separada caería pronto bajo un protectorado de Francia, y que a Inglaterra, cada vez más arrogante con Gibraltar, siempre le ha convenido una España débil.
Según Roberto Centeno, Cela decía que si estos políticos tuvieran alguna decencia se pegarían un tiro. Por lo menos deberían dimitir, y en su caso ser llevados a los tribunales.Rajoy y sus “economicistas” deberían dejar paso al grupo Reconversión, aunque temo que este no arreglaría el enorme desaguisado.

Hay que decir también que la culpa, por llamarla así, recae sobre toda una generación, tan inerte que de ella no ha salido ninguna alternativa a un proceso nefasto que muchos vieron ya con Suárez. Por mi parte vengo denunciándolo hace años, en artículos y en libros como Una historia chocante o La Transición de cristal o ahora España contra España. Todo perfectamente inútil. Incluso mi novela reciente puede servir de contraste –no deliberado—entre la generación del 36 y la actual. Esta ineptitud generacional viene, probablemente, de más de treinta años en que el pueblo español ha estado sometido a la mentira institucionalizada y sistematizada. No he sido el único en denunciar estas derivas, pero quienes lo hemos hecho hemos sido boicoteados o marginados por la casta política, reducidos al papel de Casandra.

¿Qué esperanza queda? Por mi parte solo vislumbro una, siguiendo a Keynes: no suele ocurrir lo ineluctable, sino lo impredecible. Es imposible predecir un final feliz a esta repulsiva crisis, pero quizá ocurra, a pesar de todo.