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lunes, 29 de julio de 2013

Paulo Coelho y Julia Roberts: Agentes de la "New Age" contra los paradigmas cristianos (946)



Las peleas con la luz de Paulo Coelho
(1/7/2013)  

No es nada fácil entrar en una casa que no contenga una obra de Paulo Coelho. Usted entre en una casa española, australiana o israelí y repase con aprensión los anaqueles; no pasarán diez minutos antes de que tope con el título inevitable: El Alquimista. Los libros de Paulo Coelho (Río de Janeiro, 1947) llegan a las estanterías domésticas de todo el planeta con la naturalidad con que el polen se posa en las mucosas de los alérgicos. 

Yo mismo no estoy seguro de no poseer al menos una obra de Paulo Coelho, y esa duda terrible me sobresalta en las noches calurosas, despierto empapado en sudor y ya no vuelvo a conciliar el sueño hasta que he completado un escrutinio feroz de mi biblioteca.

Como para cualquier fenómeno de orden místico, Coelho ofrecerá seguramente una explicación paranormal que agote las causas de este éxito siniestro: 140 millones de libros vendidos en más de 150 países, traducidos a 73 lenguas. 

Quizá un guerrero de la luz introduce subrepticiamente sus volúmenes en nuestras casas y luego a fin de mes despacha los albaranes con el escritor en el interior de una gruta amazónica. Pero lo más escalofriante no es que a Coelho le traduzcan y le compren: es que además le leen. Todo el mundo conoce a alguien que ha leído El Alquimista. Mi novia, sin ir más lejos. Si le pregunto por qué, no sabría responderme. De nuevo topamos con lo inefable.

El día más feliz en la vida de Coelho no fue cuando terminó el Camino de Santiago en 1986, experiencia de la que saldría su primer libro –del mismo modo que al resto de los mortales nos salen ampollas-, titulado Diario de un mago. Ahí ya apuntaba maneras esotéricas. Pero de este relato de peregrinaje vendió poco, y sólo andando el tiempo, convertido ya en estrella despelujada de la autoayuda mística, aquella ópera prima le granjearía la Medalla de Oro de Galicia y el nombre de una rúa en pleno Santiago, que son dos dignidades con las que yo fantasearé toda mi vida. 

Tampoco la Legión de Honor gabacha le resarció de su juventud penosa y sus sueños de ambición. A él lo que de verdad le hizo feliz fue entrar en la Academia Brasileña de las Letras, porque sabía que pese a sus millones de libros vendidos y de dólares ganados, a la crítica nunca había conseguido engañarla. Un crítico que lee esta frase: “¿Cómo entra la luz en una persona? Si la puerta del amor está abierta”, sólo tiene una manera digna de reaccionar: vomitando. No obstante, para vomitar aun los críticos más frugales necesitan alimentarse tres veces al día, y cuando el éxito obsceno entra por la puerta, el escrúpulo académico sale por la ventana. La vergonzosa claudicación se produjo en 2002, con los huesos de la pobre Clarice Lispector centelleando de cólera en el cementerio judío de Cajú.

Coelho escribe una columna semanal que publican medios de todo el mundo; esta execrable distinción le cabe al XL Semanal en España, qué le vamos a hacer. Es deseado en las ferias del libro de ambos hemisferios y es posible que muera sin haber realizado el único descubrimiento verdaderamente profundo sobre sí mismo: que su obra es un perfumado montón de estiércol sobre el que sólo hozan a placer cerebros en gran medida inéditos, todavía por desprecintar, propiedad de reponedoras de Ahorra Más y profesores de bachata que tienen todo el derecho del mundo a confundir la sabiduría con los eslóganes de las galletas chinas. 

En realidad, las enseñanzas de Coelho no son más sofisticadas que los refranes de Sancho Panza, sólo que llegan cuatro siglos después y sin la gracia. Nuestro chamán del trópico remueve en su caldero mágico un mejunje sincrético que consta de los siguientes ingredientes: susurro sentimental, exótica ambientación hindú, esquematismos del cuento popular y moraleja cristiana de párroco campechanote. 

Y la gente se lo bebe, claro, porque la gente siempre está dispuesta a enterarse de que son guerreros elegidos para una misión especialísima, bendecidos con dones excepcionales, en pos de un destino libérrimo. Hasta que levantan la vista del libro y topan con la axila del rumano en chanclas de la Línea 5. “Su forma de escribir es, verdaderamente, como música, es tan bonita…”, se le oye decir a Julia Roberts en un documental sobre el susodicho. Pero claro: lo malo es cuando no eres Julia Roberts:

Julia Roberts
"Serpiente Satánica" y
"Ojo Masónico de Horus"
Lo curioso del asunto es que Coelho llegó a tener una vida realmente interesante antes de la caída del caballo. Una época en la que triunfó como letrista de un grupo de rock y el exceso regía su existencia de hippie sesentero con problemas de orden público y temporadas a la sombra. Pero en vez de contarnos todo esto, que sería lo verdaderamente edificante, se puso a estudiar magia negra después de un mal viaje de ácido y en adelante ya todo degeneraría hacia la introspección y la salubridad y las consejas de abuela. Divorciado en la treintena, se casa de nuevo con una amiga a cuyo lado permanece hasta la fecha, con permiso del guerrero de la luz.

Diagnosticar la inconsistencia de Coelho no es que requiera un peritaje demasiado experto, porque salta a la vista. Tampoco creo que ahora mismo su lectura sirviera para devolver la paz a los corazones indignados que claman contra la corrupción en las calles de Brasil. Yo no digo que Coelho sea un impostor a tiempo completo, ni que la dulce melodía de la obviedad no suene angelical en los oídos sencillos del pueblo errante y desorientado. Yo lo que hago es contraindicarlo a partir de un cierto desarrollo neuronal y vetarlo terminantemente en la formación de los aspirantes a la presidencia del Gobierno. Que con Zapatero ya tuvimos bastante.