Píldoras Anti-Masonería

El blog CLAVIJO defiende los valores

de la Iglesia Católica y de España

amenazados por el proyecto masónico-luciferino

"Nuevo Orden Mundial"


e-mail: ClavijoEspana@gmail.com



jueves, 29 de mayo de 2014

Foro Hispánico AntiMasónico: "El vencedor del Islam". Fernando III el Santo rey de León y Castilla, casado con Beatriz de Suabia. Final de la Reconquista de España (1364)



 Fernando y Beatriz-Sepulcro Catedral Sevilla

Fernando III el Santo y Beatriz de Suabia
(Blog Clavijo-5/9/2011)

1. GENEALOGÍA de FERNANDO

Padres: Alfonso IX de León y Berenguela de Castilla

Abuelos: Fernando II de León y Urraca de Portugal, Alfonso VIII de Castilla y Leonor Plantagenet

Bisabuelos: Alfonso VII de León y Castilla, Sancho III de Castilla y Blanca de Navarra, Enrique II de Inglaterra y Leonor de Aquitania

Tatarabuelos: Urraca I de León y Castilla y Ramón de Borgoña, Matilde, emperatriz de Alemania y reina de Inglaterra

Primos: Ricardo I Corazón de León, rey de Inglaterra, San Luis IX, rey de Francia, hijo de Blanca de Castilla

2. GENEALOGÍA de BEATRIZ

Padres: Felipe I de Suabia, emperador del Sacro Imperio Germánico, e Irene Angelo

Abuelos: Federico I Barbarroja, emperador de Alemania. Isaac Angelo, emperador de Bizancio y Jerusalén

Hermanos: Beatriz de Suabia, emperatriz de Alemania, María, reina de Bohemia, Cunegunda, duquesa de Brabante

Primos: Federico II, emperador de Alemania y Constanza de Sicilia, Enrique de Hohenstaufen, duque de Suabia

3. CRONOLOGÍA

1198. Nacimiento de Fernando III
Nacimiento de Gonzalo de Berceo, primer poeta español de nombre conocido. Crisis del Imperio germánico, consecuencia de la doble elección de Felipe de Suabia (Hohenstaufen) y su yerno Oton IV (normando del partido güelfo). Elección del papa Inocencio III que preconiza la doctrina teocrática.

1199. Fernando bautizado en la catedral de León
Ricardo I de Inglaterra (Corazón de León) muere combatiendo a Felipe II de Francia.

1200. Guipúzcoa y gran parte de Álava se incorporan al reino de Castilla, por conquista de Alfonso VIII.

1201. Inocencio III declara incestuoso el matrimonio de los padres de Fernando.

1202. Inocencio III excomulga a Alfonso IX rey de León
Separación de los padres de Fernando y la guerra entre León y Castilla. Los almohades conquistan Mallorca. La 4ª cruzada llega a Constantinopla, fracasa el intento de unión de la iglesia romana y la griega cismática (desde 1054) y funda el Imperio Latino.

1204. Santo Domingo de Guzmán funda la Orden de Predicadores (Dominicos)

1205. Felipe I, duque de Suabia , es nombrado Rey de romanos por Inocencio III. Extensión de la heregía albigense.

1208. Fecha probable de redacción del “Cantar del Mío Cid”
Rodrigo Ximénez de Rada, arzobispo de Toledo, convoca una cruzada contra los almohades. San Francisco de Asís se aparta del mundo. Santo Domingo de Guzmán predica a los albigenses. Inocencio III aprueba la cruzada contra los albigenses y corona a Otón IV como Rey de romanos (emperador del Sacro Imperio Germánico). Conflictos entre partidarios del papa (güelfos) y del emperador (gibelinos).

1212. Victoria de Castilla y aliados, en la batalla más importante de la Reconquista: Las “Navas de Tolosa” (puerto de Despeñaperros) sobre los almohades.

1213. Derrota de los albigenses en la batalla de Muret, muere Pedro II de Aragón en ayuda de su vasallo el conde de Tolosa, defensor de la herejía. San Francisco de Asís viene a España: predica a los musulmanes, funda conventos y peregrina a Santiago de Compostela.

1214. Mueren Alfonso VIII de Castilla y su mujer Leonor Plantagenet, abuelos maternos de Fernando. Malas cosechas y hambre en Castilla.

1215. Berenguela cede la tutoría de su hermano Enrique I a los ambiciosos Lara. Concilio IV de Letrán: rebaja del impedimento por matrimonio consanguíneo, del 7º al 4ºgrado.

1217. Muere Enrique I, hijo de Alfonso VIII. Proclamación de Fernando III como rey de Castilla por renuncia de su madre Berenguela.

1219. Fernando consigue la paz con su padre Alfonso IX rey de León y se casa con Beatriz de Suabia. Fundación de la universidad de Salamanca.

1221. Inicio de las obras de la catedral de Burgos y proyecto de la catedral de León. Jaime I de Aragón se casa con Leonor de Castilla.

1223. Honorio III aprueba la Orden Franciscana. San Francisco difunde el “belén”.

1224.  Fernando III inicia las campañas de guerra para finalizar la Reconquista de España, ocupada durante cinco siglos por los musulmanes. Inicio de las obras de la catedral de Toledo.

1225. Nace Santo Tomás de Aquino.

1226. San Luis rey de Francia, bajo la regencia de su madre Blanca de Castilla (hermana de Berenguela), vence a los albigenses y se anexiona Tolosa.

1227. Desintegración del imperio almohade. Gengiskan muere y su inmenso imperio se divide.

1229. Jaime I conquista Mallorca. Federico II de Alemania, recupera Jerusalén y los Santos Lugares en la sexta Cruzada.

1230. Fernando III rey de León, a la muerte de su padre Alfonso IX. Elegido por los nobles, ya que había sido desheredado.

1231. Nace la Inquisición pontificia. Los dominicos son nombrados inquisidores del reino de Aragón.

1234. El Conde de Champagne ocupa el trono de Navarra a la muerte de Sancho VII el Fuerte, vencedor en las “Navas de Tolosa” donde ganó las cadenas para el escudo de España.

1235. Muere la reina Beatriz de Suabia.

1236. Fernando III conquista Córdoba.

1237. Segundo matrimonio de Fernando con Juana de Ponthieu. Federico II (gibelinos) vence a la Liga Lombarda (güelfos).

1238. Jaime I de Aragón ocupa Valencia. Inicio de las obras de la Alhambra de Granada.

1239. El milagro de Daroca despertó la devoción a la Eucaristía, la devoción mariana y el nacimiento de la Semana Santa.

1240. Los mongoles conquistan Ucrania, hacen tributaria a Rusia e invaden Polonia y Hungría.

1242. El reino taifa de Murcia se somete a Fernando en vasallaje.

1244. Alfonso X, primogénito de Fernando, ocupa Lorca, Mula y Cartagena. Definitiva pérdida de Jerusalén para los cristianos.

1246. Fernando III ocupa Jaén tras 22 años de intentos. El rey de Granada le presta vasallaje. Muere Berenguela, madre del rey; es enterrada en el monasterio de Las Huelgas (Burgos), fundado por ella.

1248. Fernando III con auxilio de la Virgen de los Reyes, rinde Sevilla cuando los navíos del almirante Bonifaz rompen el puente de Triana. San Luis IX de Francia dirige la 7ªCruzada.

1249. Fernando III ocupa el sur del Guadalquivir: Jerez, Cádiz, Medina-Sidonia, Rota, Sanlúcar,... Fin de la Reconquista, a falta del reino vasallo de Granada.

1251. El papa Inocencio IV cede el sur de Italia y Sicilia a Carlos de Anjou (güelfo).

1252. Fernando III el Santo muere el 30 de mayo. Le sucede su primogénito Alfonso X el Sabio. Está enterrado en la catedral de Sevilla, junto a Batriz de Suabia.

4. CONTEXTO HISTÓRICO

Los padres de Fernando tenían consanguineidad en tercer grado, su padre Alfonso IX de León era nieto de Alfonso VII de León y Castilla, el Emperador. Berenguela de Castilla era bisnieta del emperador Alfonso VII, el único de la historia e España

La negativa de Inocencio III a conceder la dispensa para el matrimonio fue un error muy grave según el criterio del arzobispo de Toledo y de los obispos de León, Palencia y Zamora, que provocó la lucha armada entre los reinos de León y Castilla.

Era tiempo de Cruzadas para reconquistar Tierra Santa a los musulmanes y permitir que los cristianos pudieran peregrinar libremente a Jerusalén, Belén y Nazaret sin correr el riesgo de ser hechos prisioneros, torturados, muertos o vendidos como esclavos por los seguidores del falso profeta Mahoma.

En Iberia-Hispania-España, los reyes cristianos llevaban cinco siglos luchando contra el poderío musulmán, deteniéndolo en su avance hacia el resto de Europa. La Reconquista Española constituía una Cruzada más urgente y necesaria que la de Tierra Santa. Los Papas predicaron quince cruzadas a favor de España en los momentos más difíciles, como la invasión almorávide o la derrota de Alfonso VIII en Alarcos (1195) por los almohades. La nulidad del matrimonio provocó la guerra que debilitó a los reinos cristianos frente a los invasores.

Fernando II de León, padre de Alfonso IX, estuvo casado con Urraca, hija de Alfonso Enriquez, rey de Portugal. Fernando y Urraca eran primos segundos, bisnietos de Alfonso VI de León y Castilla, la nulidad de su matrimonio provocó una guerra entre León y Portugal hasta que Alfonso IX se casó con Teresa, hija de Sancho I de Portugal, en prenda de paz. El Papa Celestino III declaró nulo el matrimonio por ser primos hermanos, y ante la desobediencia de Alfonso dictó sentencia de excomunión contra los reyes, y de entredicho al reino de León, mientras no se separaran. Teresa de Portugal tomó la iniciativa de retirarse a un convento de clausura, llegando a ser canonizada.

La Iglesia realizaba una defensa beligerante de la familia y la sexualidad a causa de los cátaros albigenses, herejes radicales del maniqueismo persa, del neoplatonismo y del gnosticismo. Un espiritualismo enemigo de lo sexual y de la procreación.

Las razones del papa Inocencio III para no conceder la dispensa eran dobles y muy sólidas: defender la dignidad del matrimonio protegiendo a los cónyuges del incesto, y a las familias reales que practicaban la endogamia para conseguir mayor poder. Es la época más penosa del Papado, llamada “Siglo de Hierro” que demuestra la asistencia del Espíritu Santo sin el que la Iglesia no habría sobrevivido. La Santa Sede había caído en manos de facciones feudales que dominaban la ciudad de Roma. El eclipse del poder imperial acreditó ser más peligroso que la omnipotencia, pues dejó a los Papas sin escudo en plena anarquía feudal.

Tres costumbres del clero fueron profundamente perjudiciales para la buena marcha de la Iglesia: el nicolaísmo (clerogamia), la simonía (compra y venta de cargos espirituales) y la investidura laica (consagración de eclesiásticos por autoridades laicas), que conducían al incumplimiento del celibato. La guerra de las investiduras durante el imperio alemán dejó un profundo rencor hacia Roma que abonó la futura escisión de la cristiandad en tiempos de Lutero.

Fernando III fue el rey español que más territorio reconquistó a los musulmanes, para ello tuvo que conseguir dos objetivos previos: asegurar la sucesión y consolidar la autoridad regia, dañada durante la regencia de los Lara.

Su madre Berenguela le buscó una esposa que pertenecía a la realeza de los dos imperios más grandes de la época: el Germánico y el Bizantino. Fernando y Beatriz tuvieron diez hijos y una de las uniones matrimoniales más felices de nuestra historia, a pesar de que se vieron por primera vez el día de la boda. Berenguela conocía la profunda piedad del padre de Beatriz, Felipe conde de Suabia, hijo menor del emperador Federico I Barbarroja. Felipe I sólo cometió un error durante su reinado (1198-1208): dejar la corona del Sacro Imperio Germánico a su sobrino Federico II (1210-1250) que se enfrentó a la Iglesia Católica. Otón IV (1198-1218) conde de Baviera, casado con la hija mayor de Felipe, guerreó varios años por la corona imperial y consiguió entrar secretamente en el palacio de Felipe que iba ganando, cortándole la cabeza. Etisa, hija menor de Felipe, se casó (1219) con Fernando, rey de Castilla, habiendo adoptado el nombre de Beatriz, por su amada hermana mayor que había muerto en 1212.

Según las crónicas de la época, Beatriz de Suabia era una mujer esencialmente buena, bella, culta y fácil a ruborizarse, destacando su ternura y el trato “dulcísimo” que encantaba a los que la rodeaban. Murió en 1235, está enterrada en el Monasterio de las Huelgas de Burgos, ella nos regaló con el gótico de nuestras catedrales de Burgos, León y Toledo. Fue una de nuestras mejores reinas, esposa de un rey santo y madre de un rey sabio, Alfonso X.

Fuente: Francisco Ansón. Fernando III el Santo

**********


San Fernando (1198–1252) es, sin hipérbole, el español más ilustre de uno de los siglos cenitales de la historia humana, el XIII, y una de las figuras máximas de España; quizá con Isabel la Católica la más completa de toda nuestra historia política. Es uno de esos modelos humanos que conjugan en alto grado la piedad, la prudencia y el heroísmo; uno de los injertos más felices, por así decirlo, de los dones y virtudes sobrenaturales en los dones y virtudes humanos.

A diferencia de su primo carnal San Luis IX de Francia, Fernando III no conoció la derrota ni casi el fracaso. Triunfó en todas las empresas interiores y exteriores. Dios les llevó a los dos parientes a la santidad por opuestos caminos humanos; a uno bajo el signo del triunfo terreno y al otro bajo el de la desventura y el fracaso.

Fernando III unió definitivamente las coronas de Castilla y León. Reconquistó casi toda Andalucía y Murcia. Los asedios de Córdoba, Jaén y Sevilla y el asalto de otras muchas otras plazas menores tuvieron grandeza épica. El rey moro de Granada se hizo vasallo suyo. Una primera expedición castellana entró en África, y nuestro rey murió cuando planeaba el paso definitivo del Estrecho.

Emprendió la construcción de nuestras mejores catedrales (Burgos y Toledo ciertamente; quizá León, que se empezó en su reinado). Apaciguó sus Estados y administró justicia ejemplar en ellos. Fue tolerante con los judíos y riguroso con los apóstatas y falsos conversos. Impulsó la ciencia y consolidó las nacientes universidades. Creó la marina de guerra de Castilla. Protegió a las nacientes Ordenes mendicantes de franciscanos y dominicos y se cuidó de la honestidad y piedad de sus soldados. Preparó la codificación de nuestro derecho e instauró el idioma castellano como lengua oficial de las leyes y documentos públicos, en sustitución del latín. Parece cada vez más claro históricamente que el florecimiento jurídico, literario y hasta musical de la corte de Alfonso X el Sabio es fruto de la de su padre.

Pobló y colonizó concienzudamente los territorios conquistados. Instituyó en germen los futuros Consejos del reino al designar un colegio de doce varones doctos y prudentes que le asesoraran; mas prescindió de validos. Guardó rigurosamente los pactos y palabras convenidos con sus adversarios los caudillos moros, aun frente a razones posteriores de conveniencia política nacional; en tal sentido es la antítesis caballeresca del «príncipe» de Maquiavelo. Fue, como veremos, hábil diplomático a la vez que incansable impulsor de la Reconquista. Sólo amó la guerra bajo razón de cruzada cristiana y de legítima reconquista nacional, y cumplió su firme resolución de jamás cruzar las armas con otros príncipes cristianos, agotando en ello la paciencia, la negociación y el compromiso.


En la cumbre de la autoridad y del prestigio atendió de manera constante, con ternura filial, reiteradamente expresada en los diplomas oficiales, los sabios consejos de su madre excepcional, doña Berenguela. Dominó a los señores levantiscos; perdonó benignamente a los nobles que vencidos se le sometieron y honró con largueza a los fieles caudillos de sus campañas. Engrandeció el culto y la vida monástica, pero exigió la debida cooperación económica de las manos muertas eclesiásticas y feudales. Robusteció la vida municipal y redujo al límite las contribuciones económicas que necesitaban sus empresas de guerra. En tiempos de costumbres licenciosas y de desafueros dio altísimo ejemplo de pureza de vida y sacrificio personal, ganando ante sus hijos, prelados, nobles y pueblo fama unánime de santo.

Como gobernante fue a la vez severo y benigno, enérgico y humilde, audaz y paciente, gentil en gracias cortesanas y puro de corazón. Encarnó, pues, con su primo San Luis IX de Francia, el dechado caballeresco de su época.

Su muerte, según testimonios coetáneos, hizo que hombres y mujeres rompieran a llorar en las calles, comenzando por los guerreros.

Más aún. Sabemos que arrebató el corazón de sus mismos enemigos, hasta el extremo inconcebible de logar que algunos príncipes y reyes moros abrazaran por su ejemplo la fe cristiana. «Nada parecido hemos leído de reyes anteriores», dice la crónica contemporánea del Tudense hablando de la honestidad de sus costumbres. «Era un hombre dulce, con sentido político», confiesa Al Himyari, historiador musulmán adversario suyo. A sus exequias asistió el rey moro de Granada con cien nobles que portaban antorchas encendidas. Su nieto don Juan Manuel le designaba ya en el En-xemplo XLI «el santo et bienauenturado rey Don Fernando».

Más que el consorcio de un rey y un santo en una misma persona, Fernando III fue un santo rey; es decir, un seglar, un hombre de su siglo, que alcanzó la santidad santificando su oficio.

Fue mortificado y penitente, como todos los santos; pero su gran proceso de santidad lo está escribiendo, al margen de toda finalidad de panegírico, la más fría crítica histórica; es el relato documental, en crónicas y datos sueltos de diplomas, de una vida tan entregada al servicio de su pueblo por amor de Dios, y con tal diligencia, constancia y sacrificio, que pasma. San Fernando roba por ello el alma de todos los historiadores, desde sus contemporáneos e inmediatos hasta los actuales. Físicamente, murió a causa de las largas penalidades que hubo de imponerse para dirigir al frente de todo su reino una tarea que, mirada en conjunto, sobrecoge. Quizá sea ésta una de las formas de martirio más gratas a los ojos de Dios.


Vemos, pues, alcanzar la santidad a un hombre que se casó dos veces, que tuvo trece hijos, que, además de férreo conquistador y justiciero gobernante, era deportista, cortesano gentil, trovador y músico. Más aún: por misteriosa providencia de Dios veneramos en los altares al hijo ilegítimo de un matrimonio real incestuoso, que fue anulado por el gran pontífice Inocencio III: el de Alfonso IX de León con su sobrina doña Berenguela, hija de Alfonso VIII, el de las Navas.

Fernando III tuvo siete hijos varones y una hija de su primer matrimonio con Beatriz de Suabia, princesa alemana que los cronistas describen como «buenísima, bella, juiciosa y modesta» (optima, pulchra, sapiens et pudica), nieta del gran emperador cruzado Federico Barbarroja, y luego, sin problema político de sucesión familiar, vuelve a casarse con la francesa Juana de Ponthieu, de la que tuvo otros cinco hijos. En medio de una sociedad palaciega muy relajada su madre doña Berenguela le aconsejó un pronto matrimonio, a los veinte años de edad, y luego le sugirió el segundo. Se confió la elección de la segunda mujer a doña Blanca de Castilla, madre de San Luis.

Sería conjetura poco discreta ponerse a pensar si, de no haber nacido para rey (pues por heredero le juraron ya las Cortes de León cuando tenía sólo diez años, dos después de la separación de sus padres), habría abrazado el estado eclesiástico. La vocación viene de Dios y Él le quiso lo que luego fue. Le quiso rey santo. San Fernando es un ejemplo altísimo, de los más ejemplares en la historia, de santidad seglar.

Santo seglar lleno además de atractivos humanos. No fue un monje en palacio, sino galán y gentil caballero. El puntual retrato que de él nos hacen la Crónica general y el Septenario es encantador. Es el testimonio veraz de su hijo mayor, que le había tratado en la intimidad del hogar y de la corte.

San Fernando era lo que hoy llamaríamos un deportista: jinete elegante, diestro en los juegos de a caballo y buen cazador. Buen jugador a las damas y al ajedrez, y de los juegos de salón.

Amaba la buena música y era buen cantor. Todo esto es delicioso como soporte cultural humano de un rey guerrero, asceta y santo. Investigaciones modernas de Higinio Anglés parecen demostrar que la música rayaba en la corte de Fernando III a una altura igual o mayor que en la parisiense de su primo San Luis, tan alabada. De un hijo de nuestro rey, el infante don Sancho, sabemos que tuvo excelente voz, educada, como podemos suponer, en el hogar paterno.

Era amigo de trovadores y se le atribuyen algunas cantigas, especialmente una a la Santísima Virgen. Es la afición poética, cultivada en el hogar, que heredó su hijo Alfonso X el Sabio, quien nos dice: «todas estas vertudes, et gracias, et bondades puso Dios en el Rey Fernando».

Sabemos que unía a estas gentilezas elegancia de porte, mesura en el andar y el hablar, apostura en el cabalgar, dotes de conversación y una risueña amenidad en los ratos que concedía al esparcimiento. Las Crónicas nos lo configuran, pues, en lo humano como un gran señor europeo. El naciente arte gótico le debe en España, ya lo dijimos, sus mejores catedrales.


A un género superior de elegancia pertenece la menuda noticia que incidentalmente, como detalle psicológico inestimable, debemos a su hijo: al tropezarse en los caminos, yendo a caballo, con gente de a pie torcía Fernando III por el campo, para que el polvo no molestara a los caminantes ni cegara a las acémilas. Esta escena del séquito real trotando por los polvorientos caminos castellanos y saliéndose a los barbechos detrás de su rey cuando tropezaba con campesinos la podemos imaginar con gozoso deleite del alma. Es una de las más exquisitas gentilezas imaginables en un rey elegante y caritativo. No siempre observamos hoy algo parecido en la conducta de los automovilistas con los peatones. Años después ese mismo rey, meditando un Jueves Santo la pasión de Jesucristo, pidió un barreño y una toalla y echóse a lavar los pies a doce de sus súbditos pobres, iniciando así una costumbre de la Corte de Castilla que ha durado hasta nuestro siglo.

Hombre de su tiempo, sintió profundamente el ideal caballeresco, síntesis medieval, y por ello profundamente europea, de virtudes cristianas y de virtudes civiles. Tres días antes de su boda, el 27 de noviembre de 1219, después de velar una noche las armas en el monasterio de las Huelgas, de Burgos, se armó por su propia mano caballero, ciñéndose la espada que tantas fatigas y gloria le había de dar. Sólo Dios sabe lo que aquel novicio caballero oró y meditó en noche tan memorable, cuando se preparaba al matrimonio con un género de profesión o estado que tantos prosaicos hombres modernos desdeñan sin haberlo entendido. Años después había de armar también caballeros por sí mismo a sus hijos, quizá en las campañas del sur. Mas sabemos que se negó a hacerlo con alguno de los nobles más poderosos de su reino, al que consideraba indigno de tan estrecha investidura.

Deportista, palaciano, músico, poeta, gran señor, caballero profeso. Vamos subiendo los peldaños que nos configuran, dentro de una escala de valores humanos, a un ejemplar cristiano medieval.

De su reinado queda la fama de las conquistas, que le acreditan de caudillo intrépido, constante y sagaz en el arte de la guerra. En tal aspecto sólo se le puede parangonar su consuegro Jaime el Conquistador. Los asedios de las grandes plazas iban preparados por incursiones o «cabalgadas» de castigo, con fuerzas ágiles y escogidas que vivían sobre el país. Dominó el arte de sorprender y desconcertar. Aprovechaba todas las coyunturas políticas de disensión en el adversario. Organizaba con estudio las grandes campañas. Procuraba arrastrar más a los suyos por la persuasión, el ejemplo personal y los beneficios futuros que por la fuerza. Cumplidos los plazos, dejaba retirarse a los que se fatigaban.

Esta es su faceta histórica más conocida. No lo es tanto su acción como gobernante, que la historia va reconstruyendo: sus relaciones con la Santa Sede, los prelados, los nobles, los municipios, las recién fundadas universidades; su administración de justicia, su dura represión de las herejías, sus ejemplares relaciones con los otros reyes de España, su administración económica, la colonización y ordenamientos de las ciudades conquistadas, su impulso a la codificación y reforma del derecho español, su protección al arte. Esa es la segunda dimensión de un reinado verdaderamente ejemplar, sólo parangonable al de Isabel la Católica, aunque menos conocido.

Mas hay una tercera, que algún ilustre historiador moderno ha empezado a desvelar y cuyo aroma es seductor. Me refiero a la prudencia y caballerosidad con sus adversarios los reyes musulmanes. «San Fernando –dice Ballesteros Beretta en un breve estudio monográfico– practica desde el comienzo una política de lealtad.» Su obra «es el cumplimiento de una política sabiamente dirigida con meditado proceder y lealtad sin par». Lo subraya en su puntual biografía el padre Retana.


Sintiéndose con derecho a la reconquista patria, respeta al que se le declara vasallo. Vencido el adversario de su aliado moro, no se vuelve contra éste. Guarda las treguas y los pactos. Quizá en su corazón quiso también ganarles con esta conducta para la fe cristiana. Se presume vehementemente que alguno de sus aliados la abrazó en secreto. El rey de Baeza le entrega en rehén a un hijo, y éste, convertido al cristianismo y bajo el título castellano de infante Fernando Abdelmón (con el mismo nombre cristiano de pila del rey), es luego uno de los pobladores de Sevilla. ¿No sería quizá San Fernando su padrino de bautismo? Gracias a sus negociaciones con el emir de los benimerines en Marruecos el papa Alejandro IV pudo enviar un legado al sultán. Con varios San Fernandos, hoy tendría el África una faz distinta.

Al coronar su cruzada, enfermo ya de muerte, se declaraba a sí mismo en el fuero de Sevilla caballero de Cristo, siervo de Santa María, alférez de Santiago. Iban envueltas esas palabras en expresiones de adoración y gratitud a Dios, para edificación de su pueblo. Ya los papas Gregorio IX e Inocencio IV le habían proclamado «atleta de Cristo» y «campeón invicto de Jesucristo». Aludían a sus resonantes victorias bélicas como cruzado de la cristiandad y al espíritu que las animaba.

Como rey, San Fernando es una figura que ha robado por igual el alma del pueblo y la de los historiadores. De él se puede asegurar con toda verdad –se aventura a decir el mesurado Feijoo– que en otra nación alguna non est inventus similis illi [no se ha encontrado ninguno semejante a él].

Efectivamente, parece puesto en la historia para tonificar el espíritu colectivo de los españoles en cualquier momento de depresión espiritual.

Le sabemos austero y penitente. Mas, pensando bien, ¿qué austeridad comparable a la constante entrega de su vida al servicio de la Iglesia y de su pueblo por amor de Dios?

Cuando, guardando luto en Benavente por la muerte de su mujer, doña Beatriz, supo mientras comía el novelesco asalto nocturno de un puñado de sus caballeros a la Ajarquía o arrabal de Córdoba, levantóse de la mesa, mandó ensillar el caballo y se puso en camino, esperando, como sucedió, que sus caballeros y las mesnadas le seguirían viéndole ir delante. Se entusiasmó, dice la Crónica latina: «irruit… Domini Spiritus in rege». Veían los suyos que todas sus decisiones iban animadas por una caridad santa. Parece que no dejó el campamento para asistir a la boda de su hijo heredero ni al conocer la muerte de su madre.

Diligencia significa literalmente amor, y negligencia desamor. El que no es diligente es que no ama en obras, o, de otro modo, que no ama de verdad. La diligencia, en último término, es la caridad operante. Este quizá sea el mayor ejemplo moral de San Fernando. Y, por ello, ninguno de los elogios que debemos a su hijo, Alfonso X el Sabio, sea en el fondo tan elocuente como éste: «no conoció el vicio ni el ocio».

Esa diligencia estaba alimentada por su espíritu de oración. Retenido enfermo en Toledo, velaba de noche para implorar la ayuda de Dios sobre su pueblo. «Si yo no velo –replicaba a los que le pedían descansase–, ¿cómo podréis vosotros dormir tranquilos?» Y su piedad, como la de todos los santos, mostrábase en su especial devoción al Santísimo Sacramento y a la Virgen María.

A imitación de los caballeros de su tiempo, que llevaban una reliquia de su dama consigo, San Fernando portaba, asida por una anilla al arzón de su caballo, una imagen de marfil de Santa María, la venerable «Virgen de las Batallas» que se guarda en Sevilla. En campaña rezaba el oficio parvo mariano, antecedente medieval del santo rosario. A la imagen patrona de su ejército le levantó una capilla estable en el campamento durante el asedio de Sevilla; es la «Virgen de los Reyes», que preside hoy una espléndida capilla en la catedral sevillana. Renunciando a entrar como vencedor en la capital de Andalucía, le cedió a esa imagen el honor de presidir el cortejo triunfal. A Fernando III le debe, pues, inicialmente Andalucía su devoción mariana. Florida y regalada herencia.


La muerte de San Fernando es una de las más conmovedoras de nuestra Historia. Sobre un montón de ceniza, con una soga al cuello, pidiendo perdón a todos los presentes, dando sabios consejos a su hijo y sus deudos, con la candela encendida en las manos y en éxtasis de dulces plegarias. Con razón dice Menéndez Pelayo: «El tránsito de San Fernando oscureció y dejó pequeñas todas las grandezas de su vida». Y añade: «Tal fue la vida exterior del más grande de los reyes de Castilla: de la vida interior ¿quién podría hablar dignamente sino los ángeles, que fueron testigos de sus espirituales coloquios y de aquellos éxtasis y arrobos que tantas veces precedieron y anunciaron sus victorias?»

San Fernando quiso que no se le hiciera estatua yacente; pero en su sepulcro grabaron en latín, castellano, árabe y hebreo este epitafio impresionante:

«Aquí yace el Rey muy honrado Don Fernando, señor de Castiella é de Toledo, de León, de Galicia, de Sevilla, de Córdoba, de Murcia é de Jaén, el que conquistó toda España, el más leal, é el más verdadero, é el más franco, é el más esforzado, é el más apuesto, é el más granado, é el más sofrido, é el más omildoso, é el que más temie a Dios, é el que más le facía servicio, é el que quebrantó é destruyó á todos sus enemigos, é el que alzó y ondró á todos sus amigos, é conquistó la Cibdad de Sevilla, que es cabeza de toda España, é passos hi en el postrimero día de Mayo, en la era de mil et CC et noventa años.»

Que San Fernando sea perpetuo modelo de gobernantes e interceda por que el nombre de Jesucristo sea siempre debidamente santificado en nuestra Patria.


Imprime esta entrada