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viernes, 20 de junio de 2014

Foro Hispánico AntiMasónico: "El teósofo y ocultista español Mario Rosso de Luna". Su paso por tierras de León, con una dieta concedida por Ramón y Cajal desde la "Junta de Ampliación de Estudios" del krausismo masónico, para llevar a cabo investigaciones astronómicas (1395)



HACE UN SIGLO, MARIO ROSSO DE LUNA 
ATISBÓ EL HALLAZGO DEL GRIAL 
"EN EL CONO DE SOMBRA DE LOS ECLIPSES"
CON ESE ANHELO ACUDIÓ A CACABELOS

Red Iberoamericana de Estudio de las Sectas-InfoRIES nº 324 (21/5/2014): Reproducimos a continuación un artículo de Ernesto Escapa que publicó recientemente el Diario de León (20/4/14) sobre una importante figura del ocultismo español y su relación con dicha provincia.

Mario Rosso de Luna (1872-1931), noventayochista de vastos saberes científicos, quedó atrapado a mitad de su vida por la fascinación de la teosofía y el ocultismo. Extremeño de Logrosán, el pueblo originario de Juan Morano. A Cacabelos viajó con una dieta de 300 pesetas, concedida por Ramón y Cajal desde la Junta de Ampliación de Estudios, para llevar a cabo investigaciones astronómicas en El Bierzo. Y sacó buen provecho al viático. No obstante, cuando estaba a punto de morir, encargó a su hijo la devolución de ese dinero al Estado, pues era toda su deuda con un país que en sucesivas actas parlamentarias fue recogiendo el compromiso de compensar al sabio que tanto lustre dio a la ciencia patria.

Era doctor en Derecho y licenciado en Ciencias, políglota de lenguas antiguas y modernas, divulgador apasionado y descubridor en 1893 de un cometa que se bautizó con su nombre. Entre los coetáneos, Unamuno lo trató con displicencia y Baroja con curiosidad, mientras Valle-Inclán se entregó hechizado a sus reclamos.

Entre la teosofía y el espiritismo

Lo cierto es que Rosso transitó por la república de las ideas acreditando su condición de hombre libre, y a una primera etapa positivista y científica, que discurrió entre 1892 y 1904, fue sumando la teosófica (1917-1925) y más tarde la puramente filosófica (1925-1931). Aunque todos sus momentos estuvieron marcados por idéntica pasión de conocer y difundir. La teosofía fue una corriente ocultista derivada del espiritismo y muy impregnada de mística oriental, que reproduce las enseñanzas de Madame Blavastsky.

Entonces confluyen en España los diversos matices del decadentismo posromántico. Esoterismo, espiritismo y sucesivos ismos que levantan la bandera del karma. Entre nosotros, el espiritismo tuvo mucho que ver con una vertiente del krausismo que alimentó a la Institución Libre de Enseñanza, mientras la teosofía, que se mueve en el terreno de la pura observación, repugna algunos de los excesos espiritistas, como el abuso de ruidos, fantasmas, mesas giratorias y médium, con su inevitable corte de fraudes.

La teosofía se ocupa del conocimiento divino, pero se distingue de la teología en su manejo de recursos y punto de vista esotéricos, integrando saberes procedentes del ocultismo y del orientalismo. Al abrazar la teosofía, Rosso de Luna echó a perder en buena medida su crédito científico, padeciendo una reacción social adversa que lo dejó a la intemperie de la marginalidad. La ley del Amor es su único dogma.

En 1918, el Consejo de Ministros le negó la cátedra de Ciencia, Filosofía y Mitología Comparada, que reclamaron para él trescientos intelectuales. Por entonces, Rosso de Luna era colaborador de Arturo Soria en el desarrollo de su Ciudad Lineal y, a la vez, inspirador de un arrebatado Valle Inclán, que lo convierte en personaje de Luces de bohemia (como Filiberto) y Tirano Banderas (doctor Polaco).

Al margen de estas menciones, quizá el mayor logro de Rosso fue la obra de Valle creada bajo su impulso, especialmente La lámpara maravillosa (1916), cuya estructura se ciñe a la revelación esotérica, desde la Gnosis o guía del conocimiento trascendente al quietismo estético de la Piedra del sabio. Una obra coetánea y en la misma onda que otras de Pessoa o Yeats. Así que Rosso no es un botarate, como gusta despacharlo la ignorancia circulante.

Iluminación en El Bierzo

La expedición del eclipse sacudió al mago de Logrosán, porque lo puso en contacto con un universo capaz de conjugar todos los mitos del discurso mágico. Historia, leyenda, fantasía, ciencia y seudociencia nutren su voluminoso vademécum ocultista El tesoro de los lagos de Somiedo, que publica Pueyo en 1916, con el que inicia la Biblioteca de las Maravillas. En su medio millar de páginas se reconoce acuciado por «el karma del tesoro que gravita ya sobre mis hombros».

El relato, perlado de reflexiones unas veces luminosas y otras estrambóticas, arranca en Cacabelos y prosigue con ritmo viajero siguiendo la pista de la vaca astral hasta la cueva que alberga una majestuosa biblioteca de obras singulares y desaparecidas, además de varios centenares de lingotes de oro. Una cueva escondida en el macizo de los lagos, contrapunto de la otra cueva fundacional: Covadonga.

La novela tiene ritmo viajero y recoge los pasos de una cofradía errabunda, de la que forman parte sus amigos ateneístas, un tropel similar al que décadas más tarde encamina Luis Mateo Díez hacia laOmañona en La fuente de la edad. Enciende la chispa la contemplación del relieve de los naipes en el santuario de la Quinta Angustia de Cacabelos, al otro lado del puente sobre el Cúa, que representa al Niño Jesús jugando una partida de cartas con san Antonio.

Una ceremonia de iniciación templaria, que intercambia el cinco de oros con el cuatro de copas. El Niño entrega el Oro del conocimiento iniciático y retira su contrario, un cuatro de copas, que representa el vino de las pasiones que embriagan a los humanos, «sometiéndolos a la tiránica cuanto grata ley del sexo», y es «un cuatro al par, como símbolo de la crucifixión en la carne, la limitación, la caída en el sexo». El libro es un centón de historias y reflexiones que a trechos agota por su abundancia. De aquel venero sorbió cumplidamente Dragó para Gárgoris y Habidis (1978), refrendado con un Premio Nacional. Ya entonces, Rosso de Luna era sólo una mención pintoresca.