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viernes, 19 de septiembre de 2014

"El Hombre en busca de Sentido": el psiquiatra Viktor Frankl narra su experiencia como superviviente de los campos de concentración y cómo esto le ayudó a desarrollar la logoterapia, que muchos han considerado la “tercera escuela vienesa de psicoterapia", después de Freud y Adler (1512)




En El hombre en busca de sentido el psiquiatra Viktor Frankl narra su experiencia como superviviente de los campos de concentración y cómo esto le ayudó a desarrollar la logoterapia, que muchos han considerado la “tercera escuela vienesa de psicoterapia” (las dos primeras escuelas fueron las constituidas por Freud y Adler, respectivamente).

Una de las conclusiones que saca Frankl de todas sus vivencias en los campos es la existencia en el hombre de una libertad interior que nadie puede arrebatarle, ni en las circunstancias más difíciles. Pase lo que pase, el hombre siempre es libre para decidir qué actitud va a tomar ante lo que suceda. El psiquiatra ilustra esta tesis con multitud de casos de los que él fue testigo en los años de internamiento.

Dormían –lo poco que dormían- hacinados en barracones, sobrevivían con un pedazo de pan y a veces algo de sopa, trabajaban en condiciones extremas, eran insultados, vejados y castigados injustamente por los capataces… Algunos pensaban en el suicidio y se lanzaban contra la alambrada electrificada. Frankl tomó la decisión de no acabar con su vida. Pero, ¿por qué soportar todo aquel sufrimiento? Para responder a esta cuestión, Viktor Frankl cita unas palabras de Nietzsche: “Quien tiene algo por qué vivir, es capaz de soportar cualquier cómo”. En la medida en que podía, intentaba inculcarle esto a sus compañeros del campo de concentración.

Muchos perdían las fuerzas y dejaban de “esperar nada de la vida”. “En realidad, no importa que no esperemos nada de la vida, sino si la vida espera algo de nosotros. Tenemos que dejar de hacernos preguntas sobre el significado de la vida y, en vez de ello, pensar en nosotros como en seres a quienes la vida les inquiriera continua e incesantemente” (pág.113).

La libertad en un campo de concentración

En aquellas condiciones, Frankl se dio cuenta de que algunos menos fornidos parecían soportar la vida allí mejor que otros de naturaleza más robusta: “No cabe duda de que las personas sensibles acostumbradas a una vida intelectual rica sufrieron muchísimo, pero el daño causado a su ser íntimo fue menor: eran capaces de aislarse del terrible entorno retrotrayéndose a una vida de riqueza interior y libertad espiritual” (pág.61).

Las mismas circunstancias horribles no hacían que los prisioneros se comportaran todos de la misma manera. Frankl reconoce que el entorno influye en el ser humano, pero que por encima del entorno está su libertad de decidir cómo conducirse y cómo reaccionar. Rechaza las teorías que defienden que el hombre no es más que el producto de muchos factores ambientales condicionantes, sean de naturaleza biológica, psicológica o sociológica. “Las experiencias de la vida en un campo demuestran queel hombre tiene capacidad de elección. Los ejemplos son abundantes, algunos heroicos, los cuales prueban que puede vencerse la apatía, eliminarse la irritabilidad. El hombre puede conservar un vestigio de la libertad espiritual, de independencia mental, incluso en las terribles circunstancias de tensión psíquica y física. Los que estuvimos en campos de concentración recordamos alos hombres que iban de barracón en barracón consolando a los demás, dándoles el ultimo trozo de pan que les quedaba. Puede que fueran pocos en número, pero ofrecían pruebas suficientes de que al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas –la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias- para decidir su propio destino. Y allí siempre había ocasiones para elegir (…). Es esta libertad espiritual, que no se nos puede arrebatar, lo que hace que la vida tenga sentido y propósito” (págs.99y100). Muchas de esas personas heroicas perdieron la vida, o mejor dicho: eligieron dar la vida por los demás, como señala el psiquiatra: “los mejores de entre nosotros no regresaron” (pág.20).

El amor que da esperanza

Una de las cosas que le ayudó a Frankl a no desesperar en el campo de concentración fue el recuerdo de su mujer, Tilly Grosser, de 24 años, con la que se había casado un año antes de que les deportaran a los campos. En el libro narra cómo en una jornada de duro trabajo, la imagen de Tilly le reconfortaba: “Fue entonces cuando aprehendí el significado del mayor de los secretos que la poesía, el pensamiento y el credo humanos intentan comunicar: la salvación del hombre está en el amor y a través del amor. Comprendí cómo el hombre, desposeído de todo en este mundo, todavía puede conocer la felicidad –aunque sea sólo momentáneamente– si contempla al ser querido. Cuando el hombre se encuentra en una situación de total desolación, sin poder expresarse por medio de una acción positiva, cuando su único objetivo es limitarse a soportar los sufrimientos correctamente –con dignidad– ese hombre puede, en fin, realizarse en la amorosa contemplación de la imagen del ser querido” (pág.63). El psiquiatra defiende que el amor es la única forma de “aprehender” a otra persona en lo más profundo de su personalidad, que cuando la amamos, la vemos en su esencia y con todas sus potencias, todo lo que puede llegar a ser; y como la amamos, hacemos lo posible para que eso se haga realidad. En la logoterapia, el amor no es tratado como un “epifenómeno de los impulsos e instintos sexuales, en el sentido de lo que se denomina sublimación. El amor es un fenómeno tan primario como pueda ser el sexo (…). El amor no se entiende como un mero efecto secundario del sexo, sino que el sexo se ve como medio para expresar la experiencia de ese espíritu de fusión total y definitiva que se llama amor” (pág.156).

La responsabilidad ante la vida

Pero la libertad no es la última palabra y no tiene sentido del todo si no se habla de la responsabilidad. En el libro, Frankl propone que así como en la costa este de EEUU hay una Estatua de la Libertad, debería haber una Estatua de la Responsabilidad en la costa oeste. El hombre es responsable de qué hace con su vida y de responder a lo que le va pidiendo la vida. “La logoterapia considera que la esencia íntima de la existencia humana está en su capacidad de ser responsable (…). El imperativo categórico de la logoterapia: vive como si ya estuvieras viviendo por segunda vez y como si la primera vez ya hubieras obrado tan desacertadamente como ahora estás a punto de obrar” (pág.153).

La responsabilidad ante la vida conlleva esfuerzos, y también aprender a aceptar sufrimientos, pero el psiquiatra afirma convencido que “lo que el hombre realmente necesita no es vivir sin tensiones, sino esforzarse y luchar por una meta que le merezca la pena” (pág.148).

La logoterapia

Logos en griego es sentido, significado, propósito. Y esta es la esencia de la terapia que desarrolló Viktor Frankl: que el paciente encuentre un sentido a su existencia, que encuentre algo por lo que luchar. Comparado con el psicoanálisis, la logoterapia “es un método menos retrospectivo y menos introspectivo”, “mira más bien al futuro, es decir, a los cometidos y sentidos que el paciente tiene que realizar en el futuro” (pág.138).

El psiquiatra defiende que esta búsqueda de sentido es una fuerza primaria. “Algunos autores sostienen que las sensaciones y los principios no son otra cosa que ‘mecanismos de defensa’, ‘formaciones y sublimaciones de las reacciones’. Por lo que a mí toca, yo no quisiera vivir simplemente por mor de mis ‘mecanismos de defensa’, ni estaría dispuesto a morir por mis ‘formaciones de las reacciones’. El hombre, no obstante, ¡es capaz de vivir e incluso de morir por sus ideales y principios!” (pág.139).

En la misma línea, Frankl critica a quienes defienden que hay una especie de “impulso moral” o “impulso religioso” como si fuera un instinto básico. Los principios morales no empujan al hombre, más bien tiran de él, pero es la propia persona la que “en cada caso concreto decide actuar moralmente. Y el hombre no actúa así para satisfacer un impulso moral y tener una buena conciencia; lo hace por mor de una causa con la que se identifica, o por la persona que ama, o por la gloria de Dios” (pág.142). De hecho, unas firmes creencias religiosas pueden ayudar, en la logoterapia, a la recuperación del paciente y reforzar sus recursos espirituales.

La primera parte de El hombre en busca de sentido narra la experiencia de Viktor Frankl en los campos de concentración, dividida en tres fases: el internamiento, la vida en el campo y después de la liberación. En esta sección entrelaza sus vivencias, con hechos y anécdotas del día a día, sus conocimientos de psiquiatra y las tesis que va concluyendo de todo eso. En la segunda parte expone unos conceptos básicos de logoterapia que ofrece un primer vistazo muy interesante para conocer la “tercera escuela vienesa de psicoterapia”.

Los múltiples relatos de la primera parte –la mayoría de ellos muy duros– apoyan sus tesis sobre la libertad y el sentido de la vida; y acercan al lector de una manera muy vívida el horror del Holocausto. También es de resaltar las múltiples referencias a su mujer, cuyo recuerdo le daba esperanzas para seguir.

El hombre en busca de sentido proporciona una visión profunda del hombre desde el sufrimiento y desde el amor, realista al mismo tiempo que esperanzada. Como el propio Viktor Frankl señala: “¿Qué es en realidad, el hombre? Es el ser que siempre decide lo que es. Es el ser que ha inventando las cámaras de gas, pero asimismo es el ser que ha entrado en ellas con paso firme musitando una oración” (pág.126). * NOTA: La paginación que aparece en esta reseña corresponde a la 20ª edición en la editorial Herder.

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