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viernes, 27 de agosto de 2021

PAPA Francisco en Congreso USA: Diálogo interreligioso y ecuménico. Benedicto XVI: Riesgo de IRENISMO. Irenismo: HEREJÍA de la falsa Paz. Irenismo, Nuevo Orden Mundial y Nueva Era

San IRENEO de Lyon
Santiago Clavijo
27 agosto 2021
Alumno de San Policarpo, discípulo del Apóstol San Juan
Campeón contra las herejías: Dualismo y GNOSTICISMO
Primer gran Teólogo de la Iglesia

SUMARIO
1. Diálogo inter-religioso (P. Manuel Guerra)
2. San Ireneo de Lyon (Benedicto XVI)
3. Riesgo de IRENISMO (Benedicto XVI)
4. Irenismo: Herejía de la falsa Paz
5. IRENISMO, Nuevo Orden Mundial y Nueva Era
6. Irenismo Social (Ángel López-Sidro)

1. El  DIÁLOGO INTER-RELIGIOSO y el INTER-FILOSÓFICO 
EN LOS PRIMEROS SIGLOS DE LA IGLESIA 
EN CONTRASTE CON NUESTROS DÍAS
P. Manuel Guerra
(16/10/2015)
En las últimas décadas se ha puesto de actualidad, por no decir de moda, el diálogo interreligioso. Cualquier celebración, esté directamente relacionada o no con el pluralismo religioso, es coronada con un acto interreligioso. Hasta el “Camino de Santiago” ha sentido las pisadas de una peregrinación interreligiosa. En ella un grupo de católicos, protestantes, judíos, musulmanes y budistas han recorrido este verano un trecho del Camino. Los medios de comunicación social informaron de su comienzo, pero no he visto ni leído nada sobre su desarrollo posterior. No obstante, la experiencia muestra que, con ocasión de la celebración de actos interreligiosos, son más los que se alejan de la fe católica que al revés, al menos en países mayoritaria y tradicionalmente católicos como son los hispanohablantes. Es un fenómeno -a mi parecer lógico.

1. El papa Francisco en USA
P. Manuel Guerra
(cap. 5,2.5) 
La intervención del papa Francisco en el Congreso de EE.UU nos ofreció un espectáculo maravilloso, motivo de gozo profundo y de gratitud a todos, también a la televisión, que nos permitió contemplarlo en directo. No obstante, reconozco que, transcurrido cierto tiempo, experimenté un peculiar malestar interior al caer en la cuenta de que el Papa, Vicario de Jesucristo, no mencionaba este nombre. Cuando al comienzo nombró dos veces a “Moisés, Patriarca y legislador del Pueblo de Israel (…), que nos remite directamente a Dios”, fue interrumpido por uno de los aplausos generalizados, más intensos en varios de los presentes - presumiblemente judíos. Mencionó a Dios cuando reprodujo las palabras de Lincoln: "esta Nación, por la gracia de Dios, tenga una nueva aurora de libertad”; también al aludir a “la sierva de Dios Dorothy Day” y a “Thomas Merton”, monje trapense, representante de “la capacidad de diálogo y la apertura a Dios”, así como al condenar las atrocidades cometidas por fundamentalistas “en nombre de Dios y de la religión”. Pero nunca aludió a Jesucristo, ni siquiera cuando recordó “la regla de oro: `Hagan ustedes con los demás como quieran ustedes que los demás hagan con ustedes´”, formulada por Jesucristo mismo (Mt 7.12), aunque tomada de la Ley de Moisés (Deut 6.3; Levit 19.18). Pero no es una norma específicamente judeocristiana. Pues figura también en los libros sagrados de islam, del maniqueísmo, del taoísmo, del zoroastrismo y en las Constituciones de Anderson (VI,6), promulgadas en 1723, seis años después del nacimiento oficial de la masonería moderna (año 1717), y aceptadas prácticamente por todas las Obediencias o ramas masónicas. La fórmula “regla de oro”, que el Papa usa dos veces, parece estar tomada de la Declaración de una ética mundial (apartado II) del Parlamento de las Religiones, celebrado en Chicago (4.9.1993) (texto en Hacia una ética mundial. Declaración del Parlamento de las Religiones del Mundo, Trotta, Madrid 1994; cf. M. Guerra, Masonería, religión y política, Sekotia, Madrid 2013, 5ª edición, pp. 361-363,371-374). La misma “Declaración (apartado I)” reconoce que “no es posible un Nuevo Orden Mundial sin una ética mundial” y que esta no puede ser la ética de una religión determinada (la evangélica, la coránica, la védica, etc.,), sino lo común a todas las éticas, como en lo religioso se propugna lo común a todas las religiones. Para lograrlo, se recurre a la divulgación e imposición del laicismo, del diálogo interreligioso, del sincretismo religioso, la supresión de las clases de la asignatura tradicional de religión en los centros escolares, el establecimiento de la escuela “laica (laicista), pública (estatal) y única” (fórmula del léxico masónico). Es la propuesta originariamente de la masonería (Masonería, religión y…, pp. 357-408). Para que sea posible la convivencia pacífica en las sociedades plurales de nuestro tiempo, es necesaria la vigencia de un código ético mínimo, compartido por todos los ciudadanos del mundo –aldea global-. Sin él, sobrevendría un caos igual o mayor al que habría en nuestras calles y carreteras si no se respetara el código de circulación. Es ciertamente positiva y hasta necesaria tanto la existencia de una ética mundial como la formulada en la Declaración de la Ética Mundial del Parlamento de las Religiones. Un católico puede subscribir lo que dice, pero se queda con cierta desilusión por lo que no dice y también por lo dicho de un modo demasiado genérico, por ejemplo “el respeto a toda vida, incluida la de los animales y la de las plantas”. Con razón, en su epígrafe IV, reconoce que “no es tarea fácil lograr un consenso universal en muchas cuestiones éticas concretas que se encuentran hoy en discusión”. Se refiere a cuestiones de bioética, de ética sexual, ética de los medios de comunicación social y de la ciencia, la economía y del Estado. Por otra parte se soslayan cuestiones básicas, por ejemplo, el fundamento de la ética (¿sólo el consenso democrático de la mayoría, que es cambiante, manipulable y sometido a la tiranía del relativismo y del laicismo actualmente imperante?), el origen de la fuerza capaz e cumplir las normas de la ética mundial (¿sin la ayuda de la divinidad, que la Declaración… silencia en gran medida?), las estructuras de enlace entre el individuo y la sociedad-Estado (la familia, los sindicatos, las empresas, los grupos religiosos). Algunos -pocos- me han preguntado: ¿Por qué el Papa no usa la palabra “Jesucristo” ni en el Congreso ni en la ONU, aunque en algunos pasajes podría haberlo hecho con naturalidad? Solo el papa Francisco conoce sus intenciones y el alcance de las mismas. Consecuentemente solo él puede responder a esta pregunta. Pero puede suponerse que lo hace para dirigirse a todos los creyentes, aunque no sean cristianos. Además es posible que algunos de los asesores y colaboradores del Papa en la elaboración de estos discursos participen de la interpretación pluralista reseñada en el epígrafe anterior. Ciertamente el silenciamiento de “Jesucristo” agrada a los que se han comprometido a no pronunciar ni escribir esa palabra. Entre ellos descuellan los masones. Resulta paradójico que, en las Constituciones de Anderson, no figure ni Jesucristo ni ningún otro personaje del Nuevo Testamento mientras abundan los del Antiguo Testamento: Adán, Caín, Tubalcaín, Enoch, Set, Noé, Baal, Cam, Mizraim, los once nietos de Canaán, Jafet, Abrahán, Ismael, Isaac, Jacob, Esaú, los doce Patriarcas, Judá, Dan, Bezaleel, Aholiad, Moisés, Sansón, David, Salomón, Hiram, Hirán Abí, Nabucodonosor, Ciro, Zorobabel, Salatiel, Darío, Baltasar. Todavía no se ha conseguido descifrar el enigma de tantos nombres del AT, ninguno del NT. en un texto elaborado y redactado por dos autores cristianos, anglicano el uno y calvinista el otro, ambos residentes en Inglaterra; más aún, escrito en el contexto socio-cultural cristiano. Además, en los numerosos documentos masónicos que he manejado, como referencia cronológica, figura “A. L.” = “año de la luz”, que añade 4000 años a los de la era cristiana, los que –según los judíos transcurrieron entre la creación de la luz o del universo (Gen 1,3ss.) y el nacimiento de Jesucristo; también; “E. V.” (“era vulgar”). “E. C.” y “a. E. C.” (= “era común”, "antes de la era común”) con los años de la era cristiana. Esta datación, que se limita a eliminar la referencia explícita a Jesucristo, presente en “a. C; d. C.” (“antes de Cristo, después de Cristo”), ya se va generalizando también en escritos de autores no masones (cf. Jesucristo en Diccionario enciclopédico de las…, pp. 447-473, especialmente 449-450). El Diccionario enciclopédico de la masonería de Lorenzo Frau Abrines, Rosendo Arús y Luis Almeida en cinco volúmenes (editorial Valle de México, I, México D. F., 1976, col 640) dedica a la entrada o palabra Jesu-Cristo dos líneas de una columna (no página): “Encarnación del Dios de los cristianos, cuyo martirio y muerte sirve de mito a las ceremonias de los Rosas Cruces”, definición que ignora el misterio trinitario y que se encarnó la segunda persona divina, el Hijo, al mismo tiempo que parece concederle una existencia meramente mítica y ritual. El silenciamiento de Jesucristo es todavía más clamoroso si se comparan esas dos líneas con la dedicadas a personajes masónicos: general Prim (47 líneas), Manuel Azaña, presidente de la IIª Republica española (83), Juan A. Ríos, presidente de Chile en 1941- 1946 (425 líneas), etc., o a cualquiera deidad mitológica: dios hindú Rama (451 líneas). Obsérvese que son masónicos tanto los tres autores como la editorial de este “Diccionario”, pues “Valle de (más el nombre de una ciudad)”, en el léxico masónico, es un tecnicismo que designa la ubicación geográfica de una logia filosófica (del 4º grado y restantes superiores). Si la logia es simbólica (tres rimeros grados) o liberal (Grandes Orientes, de origen francés) se dice “Oriente” en vez de “Valle”. Tras el discurso, en la alocución breve e improvisada desde la terraza del Congreso, el Papa no aludió a Jesucristo, sino a Dios con la frase ya tópica: God bless America, “Dios bendiga a América” mientras John Böhmer, presidente de la Cámara de Representantes y del Congreso, que ocupa el tercer puesto en el rango político de EE.UU, no podía contener su emoción y se secaba la lágrimas con el pañuelo ante la multitud de invitados que llenaba el enorme espacio rectangular, cerrado por el obelisco y ante millones de televidentes. Al día siguiente Böhmer anunció: "Me desperté hoy, he hecho las oraciones como todos los días, voy a presentar mi dimisión de mis cargos…”. Así lo hizo. ¿Cuántos políticos europeos rezan diariamente al despertarse y cuántos, si lo hacen, serían capaces de decirlo con naturalidad en público? En el discurso del día siguiente (25 sept.2015) ante la 70ª Asamblea general de las Naciones Unidas, tampoco nombró a Jesucristo; una sola vez a Dios al final: “Pido a Dios todopoderoso…”. Los discursos del Papa en el Congreso de EE.UU. y en la ONU han sido muy bien recibidos por la masonería. Más aún, la masonería italiana ha escogido palabras suyas: “Construir puentes, derribar muros” según "El Oriente” (3 octubre 2015), revista digital de la Gran Logia de España, que las acepta como consigna en su número del 3 de octubre del 2015. Claro que ya había sido muy afectuosa la felicitación de las Grandes Logias de Argentina e Italia con ocasión de la elección de Jorge Bergoglio como Papa.

BENEDICTO XVI 
(28/3/2007)
Queridos hermanos y hermanas: En las catequesis sobre las grandes figuras de la Iglesia de los primeros siglos llegamos hoy a la personalidad eminente de san Ireneo de Lyon. Las noticias biográficas acerca de él provienen de su mismo testimonio, transmitido por Eusebio en el quinto libro de la "Historia eclesiástica".
San Ireneo nació con gran probabilidad, entre los años 135 y 140, en Esmirna (hoy Izmir, en Turquía), donde en su juventud fue alumno del obispo san Policarpo, quien a su vez fue discípulo del apóstol san Juan. No sabemos cuándo se trasladó de Asia Menor a la Galia, pero el viaje debió de coincidir con los primeros pasos de la comunidad cristiana de Lyon: allí, en el año 177, encontramos a san Ireneo en el colegio de los presbíteros.
Precisamente en ese año fue enviado a Roma para llevar una carta de la comunidad de Lyon al Papa Eleuterio. La misión romana evitó a san Ireneo la persecución de Marco Aurelio, en la que cayeron al menos 48 mártires, entre los que se encontraba el mismo obispo de Lyon, Potino, de noventa años, que murió a causa de los malos tratos sufridos en la cárcel. De este modo, a su regreso, san Ireneo fue elegido obispo de la ciudad. El nuevo pastor se dedicó totalmente al ministerio episcopal, que se concluyó hacia el año 202-203, quizá con el martirio.
San Ireneo es ante todo un hombre de fe y un pastor. Tiene la prudencia, la riqueza de doctrina y el celo misionero del buen pastor. Como escritor, busca dos finalidades: defender de los asaltos de los herejes la verdadera doctrina y exponer con claridad las verdades de la fe. A estas dos finalidades responden exactamente las dos obras que nos quedan de él: los cinco libros "Contra las herejías" y "La exposición de la predicación apostólica", que se puede considerar también como el más antiguo "catecismo de la doctrina cristiana". En definitiva, san Ireneo es el campeón de la lucha contra las herejías.
La Iglesia del siglo II estaba amenazada por la "gnosis", una doctrina que afirmaba que la fe enseñada por la Iglesia no era más que un simbolismo para los sencillos, que no pueden comprender cosas difíciles; por el contrario, los iniciados, los intelectuales —se llamaban "gnósticos"— comprenderían lo que se ocultaba detrás de esos símbolos y así formarían un cristianismo de élite, intelectualista.
Obviamente, este cristianismo intelectualista se fragmentaba cada vez más en diferentes corrientes con pensamientos a menudo extraños y extravagantes, pero atractivos para muchos. Un elemento común de estas diferentes corrientes era el dualismo, es decir, se negaba la fe en el único Dios, Padre de todos, creador y salvador del hombre y del mundo. Para explicar el mal en el mundo, afirmaban que junto al Dios bueno existía un principio negativo. Este principio negativo habría producido las cosas materiales, la materia.
Cimentándose firmemente en la doctrina bíblica de la creación, san Ireneo refuta el dualismo y el pesimismo gnóstico que devalúan las realidades corporales. Reivindica con decisión la santidad originaria de la materia, del cuerpo, de la carne, al igual que la del espíritu. Pero su obra va mucho más allá de la confutación de la herejía; en efecto, se puede decir que se presenta como el primer gran teólogo de la Iglesia, el que creó la teología sistemática; él mismo habla del sistema de la teología, es decir, de la coherencia interna de toda la fe.
En el centro de su doctrina está la cuestión de la "regla de la fe" y de su transmisión. Para san Ireneo la "regla de la fe" coincide en la práctica con el Credo de los Apóstoles, y nos da la clave para interpretar el Evangelio, para interpretar el Credo a la luz del Evangelio. El símbolo apostólico, que es una especie de síntesis del Evangelio, nos ayuda a comprender qué quiere decir, cómo debemos leer el Evangelio mismo.
De hecho, el Evangelio predicado por san Ireneo es el que recibió de san Policarpo, obispo de Esmirna, y el Evangelio de san Policarpo se remonta al apóstol san Juan, de quien san Policarpo fue discípulo. De este modo, la verdadera enseñanza no es la inventada por los intelectuales, superando la fe sencilla de la Iglesia. El verdadero Evangelio es el transmitido por los obispos, que lo recibieron en una cadena ininterrumpida desde los Apóstoles. Estos no enseñaron más que esta fe sencilla, que es también la verdadera profundidad de la revelación de Dios. Como nos dice san Ireneo, así no hay una doctrina secreta detrás del Credo común de la Iglesia. No hay un cristianismo superior para intelectuales. La fe confesada públicamente por la Iglesia es la fe común de todos. Sólo esta fe es apostólica, pues procede de los Apóstoles, es decir, de Jesús y de Dios.
Al aceptar esta fe transmitida públicamente por los Apóstoles a sus sucesores, los cristianos deben observar lo que dicen los obispos; deben considerar especialmente la enseñanza de la Iglesia de Roma, preeminente y antiquísima. Esta Iglesia, a causa de su antigüedad, tiene la mayor apostolicidad: de hecho, tiene su origen en las columnas del Colegio apostólico, san Pedro y san Pablo. Todas las Iglesias deben estar en armonía con la Iglesia de Roma, reconociendo en ella la medida de la verdadera tradición apostólica, de la única fe común de la Iglesia.
Con esos argumentos, resumidos aquí de manera muy breve, san Ireneo confuta desde sus fundamentos las pretensiones de los gnósticos, los "intelectuales": ante todo, no poseen una verdad que sería superior a la de la fe común, pues lo que dicen no es de origen apostólico, se lo han inventado ellos; en segundo lugar, la verdad y la salvación no son privilegio y monopolio de unos pocos, sino que todos las pueden alcanzar a través de la predicación de los sucesores de los Apóstoles y, sobre todo, del Obispo de Roma. En particular, criticando el carácter "secreto" de la tradición gnóstica y constatando sus múltiples conclusiones contradictorias entre sí, san Ireneo se dedica a explicar el concepto genuino de Tradición apostólica, que podemos resumir en tres puntos.
a) La Tradición apostólica es "pública", no privada o secreta. Para san Ireneo no cabe duda de que el contenido de la fe transmitida por la Iglesia es el recibido de los Apóstoles y de Jesús, el Hijo de Dios. No hay otra enseñanza. Por tanto, a quien quiera conocer la verdadera doctrina le basta con conocer "la Tradición que procede de los Apóstoles y la fe anunciada a los hombres": tradición y fe que "nos han llegado a través de la sucesión de los obispos" (Contra las herejías III, 3, 3-4). De este modo, sucesión de los obispos —principio personal— y Tradición apostólica —principio doctrinal— coinciden.
b) La Tradición apostólica es "única". En efecto, mientras el gnosticismo se subdivide en numerosas sectas, la Tradición de la Iglesia es única en sus contenidos fundamentales que, como hemos visto, san Ireneo llama precisamente regula fidei o veritatis.Por ser única, crea unidad a través de los pueblos, a través de las diversas culturas, a través de pueblos diferentes; es un contenido común como la verdad, a pesar de las diferentes lenguas y culturas.
Hay un párrafo muy hermoso de san Ireneo en el libro Contra las herejías: "Habiendo recibido esta predicación y esta fe [de los Apóstoles], la Iglesia, aunque esparcida por el mundo entero, las conserva con esmero, como habitando en una sola mansión, y cree de manera idéntica, como no teniendo más que una sola alma y un solo corazón; y las predica, las enseña y las transmite con voz unánime, como si no poseyera más que una sola boca. Porque, aunque las lenguas del mundo difieren entre sí, el contenido de la Tradición es único e idéntico. Y ni las Iglesias establecidas en Alemania, ni las que están en España, ni las que están entre los celtas, ni las de Oriente, es decir, de Egipto y Libia, ni las que están fundadas en el centro del mundo, tienen otra fe u otra tradición" (I, 10, 1-2).
En ese momento —es decir, en el año 200—, se ve ya la universalidad de la Iglesia, su catolicidad y la fuerza unificadora de la verdad, que une estas realidades tan diferentes de Alemania, España, Italia, Egipto y Libia, en la verdad común que nos reveló Cristo.
c) Por último, la Tradición apostólica es, como dice él en griego, la lengua en la que escribió su libro, "pneumatikÖ", es decir, espiritual, guiada por el Espíritu Santo: en griego, espíritu se dice pne²ma. No se trata de una transmisión confiada a la capacidad de hombres más o menos instruidos, sino al Espíritu de Dios, que garantiza la fidelidad de la transmisión de la fe. Esta es la "vida" de la Iglesia; es lo que la mantiene siempre joven, es decir, fecunda con muchos carismas. La Iglesia y el Espíritu, para san Ireneo, son inseparables: "Esta fe", leemos en el tercer libro Contra las herejías, "que hemos recibido de la Iglesia, la guardamos con cuidado, porque sin cesar, bajo la acción del Espíritu de Dios, como un depósito valioso conservado en un vaso excelente, rejuvenece y hace rejuvenecer al vaso mismo que lo contiene. (...) Donde está la Iglesia, allí está también el Espíritu de Dios; y donde está el Espíritu de Dios, allí está también la Iglesia y toda gracia" (III, 24, 1).
Como se puede ver, san Ireneo no se limita a definir el concepto de Tradición. Su tradición, la Tradición ininterrumpida, no es tradicionalismo, porque esta Tradición siempre está internamente vivificada por el Espíritu Santo, el cual hace que viva de nuevo, hace que pueda ser interpretada y comprendida en la vitalidad de la Iglesia. Según su enseñanza, la fe de la Iglesia debe ser transmitida de manera que se presente como debe ser, es decir, "pública", "única", "pneumática", "espiritual". A partir de cada una de estas características, se puede llegar a un fecundo discernimiento sobre la auténtica transmisión de la fe en el hoy de la Iglesia.
Más en general, según la doctrina de san Ireneo, la dignidad del hombre, cuerpo y alma, está firmemente fundada en la creación divina, en la imagen de Cristo y en la obra permanente de santificación del Espíritu. Esta doctrina es como un "camino real" para aclarar a todas las personas de buena voluntad el objeto y los confines del diálogo sobre los valores, y para impulsar continuamente la acción misionera de la Iglesia, la fuerza de la verdad, que es la fuente de todos los auténticos valores del mundo.

3. Benedicto XVI 
Riesgo de IRENISMO y de Indiferentismo Ecuménico
(27/1/2012)
El movimiento ecuménico también precisa de una fe en la cual "el hombre encuentra la verdad que se revela en la palabra de Dios", la palabra que anima todo el dinamismo de una sincera búsqueda de la plena unidad de todos los cristianos, resaltó Benedicto XVI. El Pontífice hizo énfasis en la importancia de la prioridad de la fe, al comentar los trabajos de la Sesión Plenaria anual de la Congregación para la Doctrina de la Fe dedicados al tema de la unidad de los cristianos. El Santo Padre indicó dos cuestiones fundamentales necesarias para el desarrollo del diálogo ecuménico: el riesgo de un falso irenismo y de un indiferentismo en la relación entre el empeño ecuménico y la enseñanza del Concilio Vaticano II; y la problemática moral.
El Papa afirmó que en el diálogo ecuménico no pueden ignorarse las grandes cuestiones morales
La prioridad en el empeño de toda la Iglesia de hoy es aquella de la "renovación de la fe" porque "en vastas zonas de la tierra la fe corre el peligro de borrarse como una llama que no encuentra más alimento. Estamos delante de una profunda crisis de fe, de una pérdida del sentido religioso que constituye el mayor desafío para la Iglesia de hoy", observó el Santo Padre sobre la situación de la fe en la proximidad del Año de la Fe cuya organización fue confiada a la Congregación para la Doctrina de la Fe.
En el diálogo ecuménico de hoy, resaltó el Papa "el impulso de la obra ecuménica debe partir de aquel "ecumenismo espiritual", de aquella "alma de todo el movimiento ecuménico" (Unitatis redintegratio, 8), que se encuentra en el espíritu de la oración para que "todos sean una sola cosa" (Jn 17, 21)". Benedicto XVI, que por largos años guió a la Congregación, ahora ve dos aspectos doctrinales en los cuales el diálogo debe seguir: "la coherencia del empeño ecuménico con la enseñanza del Concilio Vaticano II y con toda la Tradición" y de las "grandes cuestiones morales acerca de la vida humana, la familia, la sexualidad, la bioética, la libertad, la justicia y la paz".
Hoy, está difundido un indiferentismo que dice que la verdad es inaccesible al hombre y que reduce la fe a un "moralismo sin un fundamento profundo". "El centro del verdadero ecumenismo - afirmó el Papa - en vez de eso, es la fe en la cual el hombre encuentra la verdad que se revela en la palabra de Dios. Sin la fe todo el movimiento ecuménico sería reducido a una forma de "contrato social" al cual adherir en vista de un interés común. La lógica del Concilio Vaticano II es completamente diferente: la búsqueda sincera de la plena unidad de todos los cristianos es un dinamismo animado por la Palabra de Dios".
El problema "crucial" que marca los diálogos ecuménicos es el de la "estructura de la revelación - la relación entre la Sagrada Escritura, tradición viva en la Santa Iglesia y el ministerio de los sucesores de los Apóstoles como testigos de la verdadera fe", cuestión que es diferente en varias Iglesias cristianas y las separa de la Iglesia católica. Por eso, desafió Benedicto XVI, es preciso "enfrentar con coraje también las cuestiones controvertidas, siempre en el espíritu de fraternidad y respeto recíproco". Además, es importante "ofrecer una interpretación correcta de aquel ‘orden' o ‘jerarquía' en las verdades de la doctrina católica", puesto de relieve en el Decreto Unitatis redintegratio".
El segundo tema que es importante en el diálogo es la problemática moral. "En los diálogos -afirmó el Santo Padre- no podemos ignorar las grandes cuestiones morales acerca de la vida humana, la familia, la sexualidad, la bioética, la libertad, la justicia y la paz. Sería importante hablar sobre estos temas con una sola voz, llegar al fundamento en la Escritura y en la viva tradición de la Iglesia".

4. Irenismo: Herejía de la falsa Paz
(4/9//2014)
La herejía del Irenismo es una de las tendencias modernistas que más daño ha causado a la Iglesia. El Irenismo es un movimiento que mediante la razón busca la conciliación y la paz. En principio puede verse bien sobre todo cuando impera el odio y la violencia, no obstante el Papa Pío XII, en la Encíclica "Humani Generis" en la polémica sobre el Modernismo, advertía en el "Irenismo" un peligro muy real. Irenismo viene del griego Irene (paz) y de la propuesta de Erasmo para conciliar el catolicismo y el protestantismo.
IRENISMO=PACIFISMO=ERASMISMO
RELATIVISMO = PROGRESISMO = MODERNISMO
Esta herejía tiene un afán excesivo de conciliar y de dialogo pero en detrimento de la fe. Destruye la identidad católica. Hay en el "Irenismo" una búsqueda de consenso, de diálogo, de relativismo y de espíritu ecuménico, que hace que el Dogma de la Fe o las Verdades Fundamentales pasen a un 2º Plano, dejando las Convicciones y las Creencias Personales en 3º Plano.
El "Irenismo" con su mano tendida y apertura a "posiciones progresistas", no es amigo de poner "los puntos sobre las íes" , ni de refutar falsedades/errores, ni de afirmar la verdad de la realidad. Esta mentalidad puede ser nociva al Bien Común porque con la apariencia de comprensión y reconciliación, disimula la verdad y autoriza el error.
Algunos ven en el "Irenismo" un Humanismo Naturalista y otros un caballo de Troya. Tanto el falso profeta como el anticristo serán irenistas, (pacifistas, conciliadores), ecologistas y ecumenistas.
El Concilio Vaticano II condenó el Irenismo en el nº 11 del Decreto Unitatis Redintegratio diciendo que "no hay nada tan ajeno al ecumenismo como ese falso Irenismo que daña la pureza de la doctrina católica y oscurece su sentido genuino y cierto". Sin embargo en la practica es la herejía mas difundida actualmente en la Jerarquía.
El Papa Pío XI definió como «ignominiosa» la colocación de la religión verdadera de Jesucristo «en el mismo nivel de las falsas religiones» (Pío XI-encíclica Quas Primas).

Foro Hispánico Anti-Masónico
(19/5/2014)
1. San Ireneo, obispo de Lyon, mártir (s. II) y refutador de la herejía Gnóstica

2. Gnosticismo: Herejía considerada como el principal enemigo del Cristianismo desde San Ireneo hasta Clemente XII (1738) y todos los Papas posteriores, Es la base filosófica y religiosa de la Masonería.
3. Juan Pablo II: La Nueva Era es el último escalón de la Cadena Gnóstica. 
4. Monseñor Luigi Negri, obispo de San Marino-Montefeltro, ha escrito lo que muchos católicos piensan; que el Irenismo y el excesivo aperturismo del mundo católico obtiene como resultado el desprecio por parte del laicismo radical y anticristiano.El Irenismo, voluntad de diálogo a toda costa, que impregna a los católicos desde hace décadas, lleva a perder la conciencia de la propia identidad.
5. San Jerónimo (atribuido): El mundo se durmió Cristiano y se despertó Arriano (Herejía gnóstica).
6. Michel Schooyans (Academia Pontificia de Ciencias Sociales): El Nuevo Orden Mundial es el peligro más grande para la Iglesia de Cristo desde la crisis arriana del siglo IV.
7. Padre Manuel Guerra (Burgos): Existe una Conspiración Masónica para un Nuevo Orden Mundial.
8. Monseñor Juan Claudio Sanahuja (Buenos Aires): Estamos sometidos a un proyecto de re-ingeniería social anticristiana con nuevos paradigmas éticos para estructurar una Nueva Era con Religión Universal, sincrética sin dogmas, al servicio del Poder Global. El Anticristo será pacifista, ecologista y ecumenista
.
Relacionado:
La cadena gnóstica (6/11/2009)

Ángel López-Sidro 
(14/2/2008)
La Real Academia ha acertado al incluir, en la última reforma de su Diccionario, el término irenismo, al que ha adjudicado la acepción de «actitud pacífica y conciliadora». Ha acertado, porque el irenismo abraza un concepto de plena actualidad, aunque la palabra no sea aún de uso coloquial. Pero se ha quedado corto en la acepción, que admite, cuanto menos, matices, si no otras acepciones. El término procede de una idea de Erasmo, tendente a la conciliación entre catolicismo y protestantismo, y fue posteriormente difundido por Comenio y Grocio. Más modernamente, ha servido para impulsar la idea de una religión universal (New Age), presuntamente superadora de las diferencias que provocan roces entre los fieles de distintas religiones. De este modo, se le puede atribuir, además de lo expresado, un componente despectivo por parte de quienes consideran que tales actitudes son un error, y así también es utilizado por muchos filósofos y teólogos.

¿Qué tiene de criticable el irenismo? 

Desde luego, de la definición académica no se desprenden más que bondades de dicho término. Pero la idea de aliviar de contenido las convicciones, de claudicar de las propias posiciones religiosas o ideológicas para superar conflictos es la que realmente subyace en la mentalidad irenista. El que profesa esta actitud, no tiene empacho en aplicar el mínimo común denominador a los idearios o a las religiones, para dejar romas sus superficies y huecos sus contenidos, es decir, para uniformar todo anulando las diferencias, lo original, lo identitario. En este sentido, el irenismo estaría íntimamente relacionado con la falsa idea de tolerancia que circula por nuestra sociedad, esa que postula el respeto a todo en la medida en que ese todo es relativo o fungible, nunca cuando se aferra a dogmas o creencias irrenunciables.
El irenista o contemporizador, decía, está de plena actualidad. Es aquel que proclama el diálogo a cualquier precio, sin condiciones, aunque el discurso del otro sea el de las balas. También es el que narcotiza a un auditorio con un lenguaje perfectamente limado, políticamente correcto, huérfano por tanto de cualquier idea original o comprometida, de esas que podrían despertar bruscamente los cerebros adormilados por su arrullo lisonjero. Y, por supuesto, lo es aquel capaz de construir los más barrocos circunloquios para evitar una respuesta que moleste a una pregunta difícil.
Pero no sólo personas con uso de palabra en las tribunas públicas pueden ser calificadas como irenistas. Asistimos a un auténtico irenismo social, al que en este caso se podría definir como relajamiento ideológico o moral y deseo de no ser alterado por ningún problema. La sociedad que nos acoge está relajada casi hasta el extremo del sopor. La comodidad, la extraordinaria extensión del bienestar, ha destensado no sólo los músculos físicos ¬con la consiguiente necesidad de visitar los gimnasios¬ sino también los mentales, e incluso los espirituales, porque se vive en la estúpida creencia de que el mundo moderno provee de todo lo necesario para la vida y que nada malo nos puede pasar; por eso cuando nos pasa, no sólo se desata la incomprensión, sino también la furia litigante.
Sólo desde esta relajación mental y moral se explica que se acepte, sin que nadie se rasgue las vestiduras, la crueldad cotidiana y mortalmente silenciosa del aborto, la disolución de las familias en formas amputadas de convivencia precaria e imposible, o las amenazas escalofriantes con las que juegan a Dios algunos impostores de la tecnología. Esta sociedad no está dispuesta a levantarse del sofá siquiera sea para discernir lo verdadero de lo falso en la confusión que la aturde. La mentira ha cegado sus sentidos y su capacidad crítica, pero también la comodidad la ha llevado a tomar una última decisión, en un póstumo ejercicio de su libertad: es mejor no complicarse la vida mientras no me la compliquen a mí; que cada cual se apañe como pueda con sus ideas, pero que nadie me moleste. En definitiva, acomoda las tendencias sociales, por disparatadas que resulten, a lo que quede de personal en su cabeza, como quien se prepara la almohada para descabezar un sueñecito.
Curiosamente, esta sociedad irenista en ocasiones se disfraza de comprometida y se pone a reivindicar derechos, a denunciar injusticias, a gritar la impaciencia del mundo. Sólo es un espejismo. Gregariamente, se pone en marcha cuando alguna voz la fustiga, y entonces se lanza a la calle envuelta en pancartas, donde pretende redimirse impostando una dignidad vociferada. Pero cuando las masas denunciantes regresan al dulce hogar, se administran otra dosis de calma para proseguir el letargo. La vida cotidiana no será un combate por la justicia y la verdad. Eso lo dejará para cuando el rebaño vuelva a reunirse en un solo balido. 
En el fondo, la lucha social por la verdad -aunque en muchos casos sea mentira- se ha convertido, por obra y arte de la indiferencia manipulada, en un espectáculo de masas maquillado de virtudes. Y si alguien tiene el valor de pensar por cuenta propia, ignorando el método irenista o desgajándose de la masa, que se prepare para el linchamiento.

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